Morí el día que tu lo hiciste,
mi risa se convirtió en llanto
cuando comprendió que nunca más
estallaría en carcajadas con la tuya.
Mi alma se hizo translúcida
el día que tú te hiciste invisible,
y digo invisible
porque sé que estás cerca de mí,
que escuchas todo lo que te digo
y que me guías en el camino,
aún cuando este está lleno de baches
sé que estás ahí para ayudarme a saltarlos.
Y si afino el oído
casi escucho como aplaudes mis triunfos.
El día que enfermaste,
no lo hiciste solo tú.
El hospital era miedo,
la tercera planta era miedo,
la habitación 12 era miedo,
ese miedo que te cala,
que te araña por dentro
y que te recuerda constantemente
que puede ser el último día
que subas a esa habitación.
Tú, que me has enseñado a no rendirme
con tu forma de aferrarte a la vida,
siendo más fuerte que todos tus nietos juntos,
que si te caes cinco veces te levantas seis
y seis son ya los años que llevo
con un nudo en la garganta,
seis años buscando la manera
de construir una escalera al cielo,
seis años sin equilibrio,
sin punto de apoyo
y sin latidos
porque los tuyos ya no están.
Seis años en los que cada vez que llego a casa
espero encontrarte tejiendo en el sillón de siempre,
pero me encuentro con la mirada triste
del señor que te va a querer
todos y cada uno de los días de su vida.
Y también encuentro silencio,
porque seis años lleva ya
la luna sin dormirse
escuchando conmigo el sonido de tu risa,
para no olvidarla jamás,
para hacerte eterna.
Seis años sin ti,
2200 días lleva el universo de luto,
porque hace 2200 días que te fuiste,
2200 días que mi corazón está incompleto
2200 días en los que me cuida
el mejor ángel que existe,
porque tú, abuela, eres el mejor ángel
que me puede cuidar.