Pureza

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Eeeh... no sé

Jsjsjs, me dieron el visto bueno xD

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Tenía muchas cosas que hacer, pero en su lugar estaba merodeando los jardines. Las coloridas flores era un cambio a los colores sobrios de su propia oficina. El aire fresco le parecía un soplo de paz después de sólo diferenciar el tabaco y café, tanto que incluso se negaba a fumar en ese momento. Sentía el tic nervioso de sostener el cigarro, pero no buscaba la cajetilla.

No tenía nada, sólo un poco de aburrimiento quizá. Y por eso mismo decidió alejarse de todos y no tener que lidiar con sus estupideces, perderse por los enormes jardines de su castillo era la mejor opción para librarse de ellos. Muy incompetentes debían ser si no lograban sobrevivir sin él por un par de horas.

Quería pasar unos momentos sin molestos quejidos y berridos que pedían su ayuda en cosas tan insignificantes que le hacían rabiar. El verde de las plantas, adornado con vistosos colores y diferentes figuras le hacían preguntarse porque no salía más seguido; era su mundo, su creación, podía verla cuando le diera la maldita gana.

Escuchó pasos lentos hasta él y relajó los hombros al reconocer el compás de los mismos; no eran los pesados, donde casi los arrastraban, de Taffy. No era el tacón de Olive, sus botas creando un conocido golpeteo. No eran los dudosos de Tsurugigozen ni los firmes de Zero. Eran unos pasos lentos y ligeros, delicados.

—Buenas tardes, señor Fumus—.

—Buenas tardes, Cosmea—.

Miró sobre su hombro y la querubín le recibió con una enorme sonrisa. Su presencia tranquila era de las pocas que no le ponían de mal humor. Era de las pocas que podía soportar sin que a los minutos se hartara de ella. Regresó la mirada a las flores, Cosmea acercándose y colocándose a su lado.

En la jardinera frente ambos las gardenias, los lirios, las orquídeas y otras tantas formaban una enorme gama de colores; las flores creando un mar de formas diversas. La presencia de la querubín a su lado, ambos manteniéndose en silencio y acompañándose.

Fumus podía decir, sin problemas, que Cosmea era diferente a todos los demás. No era problemática, no metía la nariz donde no le incumbía, era leal. Era reservada, nunca cruzando más allá de su límite. Era risueña, siempre entregando una sonrisa a quien se encontrase. Era tranquila, era fácil estar con ella sin que terminara con ganas de arrancarle la lengua.

Cosmea era simple. Era eso. Era simple. Una simple querubín que cumplía su deber sin mucho problema, nunca causándole problemas. Era tan fácil de leer como un libro abierto. Era fácil de comprender. Cosmea era simpleza en estado puro. No escondía nada, no podía ocultar nada aunque quisiera.

—¿Puedo preguntar que hace aquí? —.

—Tomo un descanso—.

La querubín le miró, sus ojos grandes y brillantes. El rojo de los iris le recordaba más a manzanas o cerezas. El cabello negro azabache, apenas adornado con cosmos blancos que resaltaban como luceros en la noche más oscura. Fumus observó las finas facciones del rostro ajeno; las largas pestañas, las regordetas mejillas, los carnosos labios.

—Me alegra tanto que este cuidando más de sí—. Dijo con auténtica alegría la ángel. —No debe sobre esforzarse tanto, sé que se preocupa por nosotros, pero vea por usted también—.

Sus palabras eran honestas, no había ningún ápice de maldad o doble intención en ellas. Cosmea estaba siendo sincera en sus deseos hacia el Dios. Fumus no evitó sonreír ante la declaración firme de Cosmea sobre que él se preocupaba por ellos; Cosmea era incauta, era tan ignorante de la verdad que escondía su amado hogar y de quien lo creó.

Su gesto fue malentendido y Cosmea volvió a hablar. —Hablo en serio, señor Fumus, debe cuidar más de usted—.

—Lo hago—. Respondió el Dios, una sonrisa divertida en sus labios ante la ingenuidad ajena. —He dormido cuatro horas este último mes—.

Cosmea le miró fijamente, su cejo frunciéndose un poco y ni así logrando intimidar al Dios. La querubín se cruzó de brazos, colocándolos bajo su pecho y levantándolos sin darse cuenta, Fumus mirando y apenas dándose cuenta que tan grandes eran los senos de la amigable ángel. Regresó los ojos al rostro de Cosmea, quien daba lo mejor de sí para parecer molesta.

—Si sigue así, me veré forzada a intervenir—.

Oh, eso sonaba divertido. Fumus se giró, encarando a Cosmea y cruzando los brazos, imitando un poco la postura de la querubín. Al verse confrontada, Cosmea se quedó congelada unos segundos, hasta que notó el gesto burlón del Dios y se mantuvo firme ella también, forzándose a mostrarse molesta y ocultar su sonrisa divertida.

—¿En serio? —. Preguntó. —¿Y cómo planeas intervenir? —.

Cosmea no era guerrera, aun cuando contaba con un arma y las facilidades para el entrenamiento. Cosmea no podía hacerle frente físico a nadie, ambos lo sabían bien, era obvio. Pero la querubín de todas maneras flexionó el brazo derecho y golpeó el bíceps con su mano izquierda, una enorme sonrisa en sus labios, traicionando su falsa molestia.

—Si tengo que arrastrarlo hasta su habitación, ¡tenga por seguro que lo haré! —.

Fumus estaba acostumbrado a reír sin sinceridad, una simple risa recatada que servía para engañar a cualquiera. Pero la risa que se le escapó en ese momento fue honesta, fue un poco más estridente de las falsas que hacía con frecuencia y le tomó por sorpresa, pero no quiso detenerla por completo y sólo se cubrió con una mano.

Cosmea también se sorprendió al escucharlo, pero pronto sonrió con orgullo y no evitó reír ella también. Sus risas perdiéndose en el vasto jardín donde estaban solo ellos dos. Duró unos cuantos segundos, sólo escuchándose eso y cuando paró, el Dios miró a la querubín.

Los rayos del sol haciendo brillar su largo cabello. Las mejillas sonrojadas por la risa y sus labios extendidos en una sonrisa deslumbrante. Su presencia cómoda y tranquila, su dulce voz y risa cantarina. Se sentía extrañamente más calmado de lo que esperaba, la querubín siendo todo menos molesta o desagradable.

Extendió la mano, sorprendiendo a Cosmea cuando acarició su mejilla. La tersa piel contra sus dedos era suave. Cortó la distancia entre ambos y la querubín borró su sonrisa, ahora viéndolo con dudas ante el extraño gesto. Se inclinó y unió sus labios con los de ella; un beso apenas superficial, sintiendo los delicados labios y como Cosmea se quedó sin aliento.

No buscó profundizarlo, apenas siendo un suave contacto. No presionaba a la querubín a nada y tan pronto se acercó, se alejó. Cosmea petrificada en su lugar, el rubor apareciendo de golpe y pintando sus mejillas, un color tan fuerte como el de sus propios ojos. La ángel se llevó las manos al pecho, sintiendo su propio corazón acelerado y miró a Fumus. Sus labios sellados, pero su mirada delatando todas sus preguntas.

—Me gustaría ver eso—. Dijo y se alejó.

Cosmea no era simple. Cosmea era la pureza misma. Era la paz y armonía. Era la bondad desinteresada, la amabilidad personificada. Cosmea era diferente en el buen sentido. Cosmea era un pequeño oasis en un desierto. Cosmea era suya para romper y mancillar. Pasó la punta de los dedos por los labios y sonrió con malicia; quería profanar esa pureza. 

One shot, One killWhere stories live. Discover now