Capítulo 01

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—Por favor Pol, comprende que no podré ir, tengo que trabajar ese día —dijo rodando los ojos a nadie en particular ya cansada de repetirle lo mismo —. No, no, Assa estará ocupada y me pidió que la suplantara este fin de semana.

—Pero por Dios Aina, es tu día libre, además nunca sales, te la pasas metida de cabeza entre todos esos libros —dijo suspirando, mientras se sentaba en el sofá viejo que tenía en su apartamento, buscando alguna forma de convencer a su pequeña y testaruda amiga ㅡ, ¡TE ESTAS PERDIENDO LA VIDA! ¡DIVIÉRTETE UN POCO!

—Yo disfruto Pol, solo que lo hago de una forma distinta a ti. —Ya cansada de la conversación comenzó a jugar con un mechón de su cabello, algo que hacía también cuando estaba ansiosa.

—Bueno nena, nos vemos al menos en esta semana para ir al cine —Ya resignado sin más que decir —, y que ni se te ocurra cancelar Aina porque sino tendremos serios problemas, eh —dijo tratando de sonar como una amenaza.

—Si, si claro, esta bien —respondió sin darle importancia a sus palabras y ya distraída de la conversación —, hablamos luego, debo hacer unas cosas, nos vemos, cuídate.

—Chao nena, cuídate.

Al cortar la llamada y sin darle tanta importancia a lo que fue el tema de conversación, Aina se pasó las manos por la cara ya frustrada de no poder terminar de comprender esos ejercicios de matemática; irónico ¿no?, una amante y aficionada a las letras, siendo un completo caos con los números. Aunque a la vez se encontraba feliz porque solo le quedaban dos semanas de clases para entrar a las vacaciones de verano. Suspirando ya resignada, se levantó de su escritorio, se colocó los audífonos, encendió la música en su teléfono y se dirigió a ordenar unos libros que tenía pendiente.

A la mitad de la canción su mente comenzó a divagar, era algo que le ocurría muy a menudo y que para ser sinceros le encantaba, era uno de esos momentos donde su ser se aislaba por completo del mundo externo y lo único que abundaba era esa calma imperturbable. No pasó mucho tiempo cuando sintió una mano tocándole el hombro, ella se sobresaltó un poco y disculpándose internamente por andar distraída le sonrió a la pequeña niña pelirroja que tenía al frente.

—Disculpe señorita, ¿En qué parte están los libros de cazadores de sombras de Cassandra Clare?

Aina sin poder disimular se le abrieron los ojos como platos al ver a alguien tan chiquito leyendo un libro de adolescentes y una enorme sonrisa se le extendió por todo el rostro.

—Hola pequeña, ¿No crees que deberías buscar algo diferente para leer. —No conseguía la palabra adecuada, tanto así que le terminó señalando el sector donde están los libros para niños.

La pequeña pelirroja rodó sus ojos tanto así que resultó verse muy tierna, para terminar diciendo.

—Ya me he leído la mayoría de los libros de niños y la verdad es que me aburren, así que acá estoy —dijo abriendo los brazos y levantando los hombros en señal de rendición.

—Te contaré un secreto —le dijo aún con la gran sonrisa en su rostro —, y es que esa es una de mis sagas favoritas de ese género, pero también te cuento que esa saga tiene como mil millones de libros que le siguen, ¿estás segura que quieres leerlo?

En ese momento pudo vislumbrar como los ojos de la pequeña pelirroja se iluminaban.

—Segura.

—Vale, sígueme. —le dijo sonriendo. Y mientras la llevaba entre los pasillos de la pequeña biblioteca le empezó a contar un poco sobre ese mundo nuevo que pronto iría a disfrutar.

Pasaron las horas y todo fue fluyendo normal, las personas entraban y salían continuamente de la biblioteca, mientras Aina iba limpiando, oliendo y ordenando diversos libros. Se debe reconocer que hay personas adictas a sustancias tóxicas o a mantener relaciones sexuales, Aina lo era con el olor de los libros; existía algo a su alrededor tan embriagador que al hacer tal acción completamente sencilla como el alzar un libro y olerlo que la llenaba de una paz profunda como lo era viviendo las aventuras que leía constantemente.

No pasó mucho tiempo cuando Aina volvió a perderse en su mente, solo que esta vez viajaba en el tiempo, deteniéndose a sus cinco años. En ese momento eran las vacaciones de diciembre, iba con su mamá a visitar a sus abuelos que vivían en Tromsø; definitivamente ese era uno de sus lugares favoritos y cálidos en todo el mundo, sin mencionar la comida que preparaba la abuela Liz, añadiendo también que tenían un precioso lobo siberiano, así que por supuesto era el mejor lugar para pasar las vacaciones. Una tarde salieron todos a pasear un rato al parque, Aina llevaba sus botas favoritas, el cual eran de un azul tan intenso que podría compararse con los ojos de Panda, el lobo de sus abuelos, unos pantalones negros y una blusa blanca con pequeños corazones a su alrededor que le quedaba un poco bastante grande, dos coletas sosteniéndole el cabello y una sonrisa que le llegaba a los ojos.

Al llegar al parque se dio cuenta de que habían muchos niños jugando de un lado a otro, se acercó un poco más y pudo vislumbrar un pequeño grupo jugando a las escondidas. Aina se les acerca tímidamente y al pararse a la vista de ellos una niña que al parecer era la líder del grupo la ve de arriba abajo esperando a que se moviera para poder seguir jugando.

—Estas atravesada. —dijo la niña.

—¿Puedo jugar con ustedes? —Preguntó Aina con timidez.

—No, ¿Acaso no ves que estamos completos? —le replicó

—Pero las escondidas lo pueden jugar más niños.

—¿Eres sorda o qué? te acabo de decir que no. —En ese momento la niña empujó a Aina y se preparó para seguir jugando con los demás niños.

Aina cayó al suelo y se llenó toda de tierra. En ese instante algo cambió en ella, su rostro se volvió rojo de la rabia, sus manos estaban hechas un puño y sus ojos brillaban de odio. Sin mirar a los lados ni a quien tenía a su alrededor se levantó y corrió hacia la niña, llegó a su lado, le agarró un mechón de cabello y comenzó a pelear con ella. Al ver esa escena los demás niños se pusieron a gritar y a pedir ayuda para que así pudieran apartarlas, cuando de repente Aina se empezó a reír, solo que esta vez no era tierna ni dulce, y su voz dejó espantada a la otra niña. Era diferente, era gruesa y dura, no parecía la voz de una pequeña niña de cinco años.

Inmediatamente Aina volvió a la realidad, revisó la hora en su teléfono y se dio cuenta de que habían pasado veinte minutos. Aturdida por el recuerdo se levantó y se dirigió al baño a lavarse la cara, tenía una extraña sensación, ella no recordaba haberse comportado así y esa risa que había tenido la dejó perturbada, no parecía que fuese ella; enseguida se pasó las manos por la cara y se dijo que eso fue hace años, su imaginación pudo haber cambiado cosas, al fin y al cabo eran sólo recuerdos vagos de una pequeña niña de cinco años.

Noches Efímeras ©Where stories live. Discover now