✺Capítulo 10

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Llegó la noche, Remus estaba listo para leerle a su novio, y Sirius estaba listo para escucharlo

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Llegó la noche, Remus estaba listo para leerle a su novio, y Sirius estaba listo para escucharlo.

-¿Qué te parece si hoy te leo tres capítulos? Porque ya sabes, mañana no podré leerte..-Dijo con un dejo de tristeza.

-Aww, Remus, no te pongas triste, una noche no es nada.

Remus sonrió.

-Bueno, capítulo cuatro, el conejo manda un recado. Era el Conejo Blanco, que volvía al trote lento mientras miraba ansiosamente hacia todos lados, como si hubiese perdido algo. Alicia oyó que murmuraba:
—¡La Duquesa! ¡La Duquesa! ¡Ay, mis patitas! ¡Ay mi pielcita y mis bigotes! Me va a mandar ejecutar, tan seguro como que hay hurones. ¿Dónde puedo haberlos dejado caer?

-Me da ternura ese conejo -Sonrió.

-Alicia adivinó enseguida que el Conejo estaba buscando el abanico y el par de guantecitos y con toda buena voluntad empezó a buscarlos, pero no aparecían por ninguna parte. Daba la impresión de que todo había cambiado desde su zambullida en el charco, y el gran vestíbulo con la mesa de vidrio y la puertita habían desaparecido por completo.
No pasó mucho tiempo antes de que el Conejo viese a Alicia, que andaba buscando por todos lados, y la llamase con tono enojado:
—¡Cómo, Mary Ann! ¿Qué está haciendo usted aquí? ¡Corra a casa y búsqueme un par de guantes y un abanico! ¡Rápido, vamos!

-¿Mary Ann?

-Espera, Y Alicia se asustó tanto que salió corriendo sin perder tiempo en la dirección que le indicaba el Conejo, sin tratar de explicarle el error que había cometido.
—Me confundió con su mucama —se dijo mientras corría—. ¡Qué sorpresa se va a llevar cuando se dé cuenta de quién soy! Pero va a ser mejor que le lleve el abanico y los guantes… Es decir, si los encuentro…

-Oh, okey.

-Mientras decía esto se topó con una casita muy prolija en cuya puerta había una placa de bronce reluciente que tenía grabado el nombre C. Blanco. Alicia entró sin golpear y subió a toda velocidad las escaleras, muy temerosa de encontrarse con la verdadera Mary Ann y de que la echasen de la casa antes de haber encontrado el abanico y los guantes.
—¡Qué extraño me parece esto de hacer de mensajera de un conejo! —se dijo Alicia—. Supongo que en cualquier momento me va a mandar Dinah con algún encargo.
Y empezó a imaginarse lo que podría llegar a suceder:
«“¡Señorita Alicia! ¡Venga aquí de inmediato y prepárese para su paseo!”. “Enseguida voy, señorita. Pero tengo que vigilar esta ratonera hasta que vuelva Dinah, para que el ratón no se escape”. Solo que no creo que la dejaran seguir de pensionista a Dinah si se le diera por empezar a darle órdenes a la gente de ese modo».
Para entonces Alicia ya había logrado llegar hasta una piecita muy pulcra que tenía una mesada junto a la ventana, y sobre la mesada (tal como ella se esperaba) había un abanico y dos o tres pares de guantecitos blancos: Alicia recogió el abanico y un par de guantecitos y ya estaba por irse de la habitación cuando sus ojos tropezaron con una botellita que había cerca del espejo.
Esta vez no había ninguna etiqueta que dijera BÉBEME pero de todos modos Alicia sacó el corcho y acercó la botella a sus labios.
—Lo único que sé es que siempre me ocurre algo interesante cuando como o bebo algo —se dijo—, así que voy a ver qué pasa con esta botella. ¡Espero sinceramente que vuelva a hacerme crecer porque estoy bastante cansada de ser una cosita tan insignificante!
Y la hizo crecer nomás, y mucho antes de lo que ella esperaba. Antes de llegar a la mitad de la botella se encontró con la cabeza apretada contra el cielorraso y tuvo que agacharse para que no se le quebrara el pescuezo. Dejó de inmediato la botella y se dijo:
—Ya es suficiente… espero no crecer más… Así como estoy no puedo salir por la puerta… ¡Ojalá no hubiese bebido tanto!
¡Qué lástima! ¡Era demasiado tarde para desearlo! Alicia siguió creciendo y creciendo y pronto tuvo que arrodillarse en el suelo; un minuto más y ya no tuvo sitio ni siquiera para eso, así que probó de tirarse al suelo con un codo contra la puerta y el otro brazo rodeando la cabeza. Pero seguía creciendo; como último recurso sacó un brazo por la ventana y un pie por la chimenea y se dijo:
—Ahora sí que no puedo hacer nada más, pase lo que pase. ¿Qué va a ser de mí?

The Shinning Moon [Wolfstar]Where stories live. Discover now