Prólogo.

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1 de septiembre, 1991

ERIN SE DESPERTÓ al sonar del reloj, sus ojos se abrieron con pereza y el frío de la mañana le hizo cubrirse una vez más con sus calurosas mantas antes de abrir completamente sus ojos. Se sentó lentamente en el borde de su cama apoyando sus pies en la fría superficie del suelo, tomó un sorbo del vaso de agua que tenía en su mesita de noche y cuando iba a dejarlo en su lugar, vio aquel ticket de tren que le hizo recordar del porqué había puesto la alarma en primer lugar.

De un solo movimiento, tiró sus mantas lejos de su cama para así ponerse un par de pantuflas y correr hacia donde estaba su padre. Emocionada, llena de jubilo, llegó a su lado y le saludo con un fuerte abrazo. Su padre, riendo al saber el origen de su felicidad, le abrazó de vuelta dándole un par de caricias en su cabello.

—¡Papá, es hoy! ¡Mi primer día en Hogwarts!

Su padre asintió y antes de que pudiera darle algún tipo de respuesta, sus tres hermanos llegaron corriendo como un torbellino hacia la cocina, devorando todo lo que parecía ser comible.

—La comida no se va a escapar si comen más lento, niños. —musitó Tom, el padre de Erin.

—Papá, ¿has visto mi escoba? —pregunta Edward con su boca llena de comida. Erin hizo una mueca de disgusto que nadie notó.

—Está en la maleta del auto, Eddie. Todos sus equipajes están listos, solo deben traer sus lechuzas.

Edward era su hermano mayor, iba en su penúltimo año en Hogwarts, pertenecía a Hufflepuff y era el capitán del equipo de Quidditch. Después de Edward venía Ezra, iba en su tercer año, también era parte de Hufflepuff y el primero de su clase, sin duda llegaría a ser prefecto alguna vez. Y claro, luego de ella venía su hermanito Elio, quien era solo un año menor que ella.

Si bien, habían muchas posibilidades de que quedara en la misma casa que sus hermanos, ella tenía la sensación de que si fuera el caso, casi ni la dejarían tener amistades. Sus hermanos eran muy sobre protectores con respecto a Erin.

—Erin, princesa. —Le dice su padre.— Come un poco y luego ve a cambiarte, el tren sale a las once, no queremos llegar tarde.

Ella solo asintió mientras comenzaba a comer un par de waffles que habían dejado sus hermanos. Aunque sinceramente, los nervios y las ansias de ir ya a su nueva escuela le había quitado el apetito, lo cual no era muy común en ella.

Una hora después, los Sinclair se encontraban caminando en el andén 9¾, preparándose para poder abordar el tren de color rojo escarlata. Tom Sinclair se estaba aguantando las lágrimas, tratando tiernamente de mantenerse fuerte frente a sus hijos.

Edward se había encargado de subir las maletas de su pequeña hermana al tren, mientras esta tomaba firmemente la mano de su padre, ahora sintiendo algo de temor. Ella le dio una leve mirada de inseguridad antes que el tren soltara su primer silbido, anunciando que pronto estará por partir.

—Necesito una foto de esto... —menciona Tom nerviosamente con una cámara entre sus manos y buscando a alguien dispuesto a fotografiarlo.

Entonces, fue cuando divisó a una mujer regordeta, con cabellos cobrizos y algo bajita, a Erin le pareció una señora muy tierna. Su padre se le acercó teniendo a sus dos hijos menores en cada una de sus manos y sus dos mayores siguiéndole de cerca. Los cuatro sabían lo importante que era para su padre guardar este tipo de recuerdos en una fotografía, por lo que no se opusieron a la idea.

—Disculpe, señora Weasley. —Erin alzó una de sus cejas, preguntándose de dónde conocía a aquella señora, ya que ella nunca la había visto antes.— Molly, hola. ¿cómo has estado? ¿Cómo está Arthur?

HEROES ─ Fred Weasley.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora