Al límite de la obediencia

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Cuando con expresión cansada, abrió sus ojos somnolientos, por sobre su cabeza, Miguel admiró desesperanzado el calendario: 10 de septiembre, marcaba el día actual. Miguel, resignado, suspiró despacio. Había pasado un par de días desde que aquella madrugada, intercambió breves y esperanzadoras palabras, con su amado Manuel...

Aquella noche experimentó felicidad, después de muchísimos días sintiéndose en la mierda, pero, a los minutos posteriores, Antonio bajó hacia el living, y lo sorprendió por detrás. Le lanzó una bofetada, y luego, le leyó los mensajes con Manuel.

Obviamente, aquello desató la ira de Antonio, y solamente limitado por el silencio de la noche, decidió no castigar a Miguel de forma más severa, y tomó como única opción, confiscar el celular a Miguel.

Miguel ahora, se hallaba incomunicado, y aislado de todo y todos; no tenía como volver a hablar con Manuel, y mucho menos, como poder salir a la calle. Si Antonio estaba de buenas, le permitía salir un rato al jardín, para tomar un poco de aire fresco, para los minutos posteriores, volver a encerrarse en casa, y si era posible, en su habitación todo el día.

Miguel, vivía como un pajarillo en cautiverio. Sentía que se caía a pedazos, y poco a poco, se volvía cada vez más, y más gélido.

—Anoche la pasamos bonito, ¿no, mi amor?

Oyó de pronto Miguel, por detrás de la cama, y a su espalda, cuando Antonio, despertó por la mañana; la noche anterior, nuevamente Miguel había sido violado. Y sí, violado, porque él, en el miedo que experimentaba, solo dejaba hacer a Antonio, lo que quisiera, incluso cuando Miguel, no expresaba consentimiento alguno; Antonio, siempre tomaba los silencios de Miguel como un ''sí'', cuando claramente, eran un ''no'' rotundo, en una clara señal de desprecio a su persona.

Antonio no conocía el consentimiento. Él, en su perversidad, tomaba los silencios de Miguel como consentimiento, e incluso, cuando Miguel no mostraba mucha resistencia por causa del pavor —pues Antonio llegaba a golpearlo—, él seguía tomando aquello, como un ''sí''.

Antonio era un hombre degenerado, y perverso.

—Te gustó, ¿verdad, bonito? —le susurró al oído, pasándole el brazo por el dorso desnudo, y besándole el cuello; Miguel cerró los ojos con fuerza, y desvió el rostro; sintió que su estómago se contrajo; Antonio se dio cuenta—. ¡Mierda! Chaval; yo intento ser cariñoso contigo, pero tú no cooperas en nada...

Miguel no dijo palabra alguna. Se quedó quieto en su sitio, y agachó la cabeza.

Antonio lo comprendió; esa era la forma de desprecio, que Miguel le mostraba. El silencio; ignorar su presencia, como si en vez de una persona, le estuviese zumbando una mosca en la oreja.

—¿Por qué actúas así conmigo? ¿Cuál es tu puto problema?

Miguel se mordió el labio; sintió su garganta contraerse.

—¿En serio, mierda? ¿En serio preguntas esa huevada? —respondió Miguel, en un jadeo—. ¿Qué no entiendes mis señales, Antonio? ¡No quiero intimar contigo! ¡No quiero dormir contigo! ¿No te das cuenta? No te deseo; no te quiero.

Antonio rodó los ojos, y lanzó un bufido. Se levantó de la cama, y se dirigió a la puerta del baño. Comenzó a murmurar por lo bajo.

—Hace unos días atrás me quitaste mi celular; lo quiero de vuelta. Dámelo; no tienes ningún derecho a...

—Tengo derecho a quitártelo, porque estabas hablando con ese gilipolla de Manuel —decretó Antonio a secas—. Eres mi prometido, Miguel; recuérdalo. Cualquier interacción, que tengas con ese maldito hijo de puta, u otro hombre, es un engaño hacia mí. No está cómodo que mientras yo estoy teniendo sexo contigo, tú pienses en ese gilipolla, o digas su nombre en medio dé. Tu padre me ha hecho tu prometido; merezco algo de respeto, ¿no?

Entre el Callao y Miraflores | PECHI2PWhere stories live. Discover now