IV

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IV

A D R I K 

Entro en el despacho de mi padre y suelto un bostezo. Él levanta la vista de unos documentos que sostiene con fijeza con ambas manos y me sigue con la mirada hasta que me dejo caer en uno de los sofás de piel que hay frente a su escritorio.

—¿Y tu hermano? —me pregunta.

Me recuesto contra el respaldo y me encojo de hombros.

—Durmiendo, supongo. Hemos llegado hace un rato —respondo—. ¿Quieres que le llame?

—No, da igual. —Se aclara la garganta y sin soltar los documentos, se pone de pie y aprieta el nudo de su corbata grisácea—. Esta noche tienes trabajo.

Le doy un vistazo con cierto interés y él camina hasta mí. Deja los documentos sobre la mesita de cristal y se sirve una copa de whisky. Sin decir nada, me echo hacia delante y los cojo para darles un ojeo rápido. Alzo las cejas con sorpresa y lanzo una mirada a mi padre.

—¿Qué quieres que haga? —le pregunto devolviendo los papeles a la mesa y cruzándome de piernas.

Mi padre da un trago a la copa de whisky y tuerce la sonrisa.

—Lo que mejor se te da, hijo mío.

Asiento lentamente y me paso la lengua por los labios.

—¿Tengo algún tipo de limite?

Se sirve otra copa de whisky y niega con la cabeza.

—Ninguno. Tienes carta libre absoluta. Haz lo que tengas que hacer y cómo tengas que hacerlo, Adrik. Pero haz que hable.

Contengo la sonrisa.

—¿Y después? —Alzo la barbilla.

—Primero haz que hable, después veremos cuál es el siguiente movimiento.

—De acuerdo.

No es oro todo lo que reluce.

Nadie está libre de pecado en esta ciudad. Ni siquiera yo.

Lujo.

Adrenalina.

Alevosía.

Peligro.

Muerte.

Cinco palabras que pueden describir a la perfección mi vida y la de muchos otros de mi entorno.

Uno no puede escoger la familia en la que nace; tampoco escapar a su destino. No podemos rechazar aquello que va ligado a nuestra existencia. A nuestro ADN. No podemos desprendernos de algo que va dentro de nosotros, que tenemos bajo la piel.

Y a mí la mafia me corre por las venas.

—¿Crees que necesitarás refuerzos? —me pregunta mi padre.

—¿Lo crees tú? Me sorprende que a estas alturas dudes de mis capacidades, papá.

Él tuerce la sonrisa orgulloso y se acerca al gran ventanal para dar un vistazo a la ciudad.

—Jamás he dudado de tus capacidades, no te confundas —dice dándome la espalda—. Pero eres mi hijo joder, —se gira y me mira—, entiende que me preocupe por tu integridad.

No digo nada al respecto.

Me levanto del sillón y voy hasta él. Me coloco a su lado y observo de forma breve y desde las alturas el ajetreo de la ciudad del pecado. Como bien dice mi hermano, Madrid está corrompida.

C A O S #CiudadDelPecado1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora