En cada uno de mis pétalos dejaré las huellas de sus entonaciones, y el cómo, desde el estiércol, me volví una con la luna, el sol, las estrellas y la mar.
Inspirada en mis pesadillas que, a veces, toman vida. Y en los sueños que, desde la soledad...
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Mi corazón arde. Arde como los mil demonios tras las rocas de mi mar de sangre y lava. Tus artimañas, que se han enredado en las telas de arañas venenosas, no han hecho justicia al crimen de tus lágrimas que interminables rociaban la falsedad que te llevó a caer en este perverso manantial.
De soslayo te observo recorrer los rincones para no caer en las arenas movedizas que te hundirán, cortando tu respiración, mas no dejándote morir.
De vez en cuando me detengo a platicar con los reos que, a diferencia de ti, apresados están en sus jaulas de hierro fundido a fuego vivo.
En la misericordia que ruegas, gritas rasgando tus pulmones, muerdes tu piel, y golpeas tus manos creyendo que estás atrapado en una pesadilla tan viva como lúcida.
Me ves ahí y te acercas. Te acercas curioso, observando mi presencia. Preguntándote si acaso no eres el único que vaga en este lúgubre limbo. Si acaso tus ruegos han sido escuchados y una compañera te enviaron.
Pero no, yo te traje aquí, amarrado de brazos y pies con las propias cuerdas creadas por tu adulterio cometido con una manzana en la boca, provocándote, el recuerdo de la tentación.
Aprovecho la instancia para aparentar ser alguien más, alguien irreconocible, ante todos los que lloran por la justicia que he dejado caer en sus débiles cuerpos. Y aunque los condenados te señalan no osar aproximarte, lo haces; y yo aprovecho de invitarte a ser parte de esta lujuria que, aunque no lo admito, me ha provocado tu desdichada aparición.
Puedo ver en tus ojos un destello de esperanza.
Esperanza de no residir solo, de no deambular eternamente en esto a lo que llamabas “la fosa común de almas corrompidas”.
Pero, querido, tu alma es la más corrompida de todas y por eso eres mi preferido. Te he permitido conocer libre el infierno en que, planeo, reines conmigo.
Te someto y te entregas enteramente al violento encuentro carnal. Esperando que te lleve a la gloria; mas, solo quedarás aquí, deseando cada día llegar a mi alcoba que te llena de éxtasis y de donde siempre querrás escapar.
