B O D Y

ένας

Nunca me ha gustado el verano, siempre he sido una chica de clima frío. Y si al verano le sumas un 80% de humedad, la cosa no es que mejore mucho.

Lunes, 11 de agosto, 2019.

Ya hace hora y media que había salido el sol. Quizá las 8 de la mañana os puede parecer muy temprano, pero era inútil discutir con Harika. No me quedaba otra que levantarme de mi cómoda cama y comenzar a buscar algo decente que ponerme. Un chándal gris y unas deportivas acompañadas por un moño alto mal hecho me parecieron una fantástica idea.

Nada más ver que la pantalla de mi móvil marcaba las tempranas 8:17 salí a paso rápido de mi cuarto sin ni siquiera terminar de hacer la cama. Me apresuré a la cocina en busca de algo de beber, pero mi estómago se cerró más de lo normal al ver a mi padre desayunar. Estaba sentado al lado de la ventana, tomándose su café mañanero con las galletas de marca blanca de siempre. Me paré bruscamente ante la puerta de la cocina y me quedé medio congelada. Mi padre levantó la mirada con una galleta bañada en café en su mano derecha y la boca abierta. Sé que iba a decir algo, quizá algo como "buenos días, ¿qué tal has dormido?" o "¿a dónde vas tan temprano?" y acto seguido se levantaría y amablemente me prepararía el desayuno. Lo sé porque es lo que suele hacer todos los lunes por la mañana cuando el domingo ha llegado borracho a casa. No le dí tiempo a abrir la boca.

—He quedado para desayunar, vuelvo al medio día —ni siquiera lo miré a la cara, no quise— agur.

Oí como la galleta caía de su mano a la taza del café. Siempre le decía que mojaba demasiado las galletas.

Cogí la sudadera que dejé tirada en el salón ayer por la tarde y me la puse rápidamente. Salí de casa pegando un portazo y bajé las escaleras de tres en tres con muchas posibilidades de tropezar y caer. Salí del portal y me paré de lleno en la mitad de la calle para mirar la pantalla del móvil. Miérda. Tres llamadas perdidas y ochos mensajes de Harika. Las 8:33, me iba a matar. Guardé el móvil en mi bolsillo y salí corriendo mientras chocaba contra todo y pedía disculpas a gritos.

Harika era una de esas amigas puntuales. Con puntual me refiero a que para ella quedar a las 8:30 era quedar a las 8:30 y no a las 8:31 o a las 8:37, hora a la cual llegué yo.

—Lo siento... —me agarré a la barandilla de al lado de la carretera sin dejar de hiperventilar.

—Ahórrate las excusas y las disculpas y siéntate de una vez, acabo de pedir —su mirada no era de enfado, pero negaba con la cabeza mientras suspiraba— ¿Cuántas veces te tengo que repetir que llegues puntual?

—¿Quién narices queda a las 8:30 de la mañana en verano? —le hice caso, me senté enfrente y me quité la sudadera.

—Alguien quién trabaja toda la mañana y quiere verte —negó y rió al ver como me abanicaba y me secaba la gota de sudor que me caía por la frente— ni que hubieses corrido una maratón, vives a dos manzanas, exagerada.

—Y en un tercero sin ascensor, idiota — Acto seguido me dijo que vigilase su bolso y entró a recoger los dos cafés.

Harika siempre ha sido una de esas amigas que da consejos de mierda pero que sabe escuchar. Podía ser bastante cascarrabias, maniática y sobre todo desordenada, pero era una buena amiga. Tampoco tenía mucho sentido de la moda, no había más que verla en la barra de la cafetería con sus vaqueros rosas y camiseta roja. Pero eso ella ya lo sabía y le daba igual. Algo por la que siempre la había envidiado: su talento para pasar de todo el mundo.

Antes de que pudiera recuperar el aliento ya estaba de vuelta. Sostenía los cafés con ambas manos mientras su cara reflejaba preocupación. Si alguien se enterase de que Harika era camarera se quedarían boquiabiertos. Sostenía su monedero fucsia con la boca y sus ojos castaños estaban completamente abiertos, alerta por si alguno de los cafés cayese. Una brisa repentina hizo mover su corta y rubia melena casi al llegar a la mesa. Su cara pasó de reflejar preocupación a susto, temerosa de no poder finalizar su camino. Consiguió dejar las tazas sobre la mesa, agarró su monedero chillón con la mano y suspiró.