2. Archienemigos

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—¿Crees que vas a estar bien, Izan? —preguntó Niz

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—¿Crees que vas a estar bien, Izan? —preguntó Niz.

—No creo que suponga mucho problema —le respondí a través de un cable telefónico que me conectaba con mi... ¿amigo? a cientos de kilómetros. El teléfono de la pensión era algo anticuado, aún había que marcar los números con una rosca, pero eso no era problema mientras funcionara. Había manejado máquinas más precarias en el pasado.

—Es peligroso —me recordó Niz. Su voz fue traída desde Escocia en tan solo un instante.

—Por eso mismo tenía que volver. Ella podría estar en peligro —repliqué, desviando mi mirada hacia el ventanal. Mientras sostenía el teléfono junto a mi oreja con una mano, con la otra corrí la pesada cortina. Del otro lado de la antigua ventana y del patio delantero donde solo crecía pasto y yuyos, la calle seguía quieta y las ventanas de los vecinos aún no se iluminaban. Después de todo, solo eran las cinco de la mañana y el barrio aún dormía.

La residencia donde Lena había decidido vivir su vida universitaria –y donde yo vine por ella- era bastante acogedora. Sus residentes eran buenas personas. Quizás alguno traía grandes mentiras en su mochila u otro que se dejaba llevar por la envidia, pero ninguno tenía malas intenciones para con el otro. Lena no podría haber elegido mejor lugar. Pero claro, ella siempre había sido muy buena juzgando a las personas.

—Podrías haberte quedado aquí —dijo Niz.

—Sabés que mi lugar está cerca de Lena —le recordé. Niz no dijo nada, sabía que yo tenía razón.

Luego de terminar la secundaria les dije a mis padres que irá a estudiar Geología en el Reino Unido. Ellos no se negaron, tenían los medios y sabían que yo tenía la inteligencia necesaria y capacidad suficiente para cuidarme solo. Cuando llegué allí me reencontré con Niz. A quien no había visto en mucho tiempo. Pero no había pasado un año antes de que decidiera volver a Argentina con la terrible premonición de que algo sucedería pronto. Además, uno solo de nosotros ya atraía a seres peligrosos de por sí. Dos o más juntos formaban un faro.

En ese momento escuché que uno de los habitantes de El Rancho, como llamaban a este lugar, se estaba despertando.

—Y, hablando del diablo... Debo colgar —le dije a Niz —. Hablamos luego.

—Cuídate, Izan.

—Tú también —dije y colgué.

Me dirigí hacia la cocina. Quizás era un buen momento para un café. Me sentía cansado y tenía muchas cosas que ordenar en mi cabeza, por no mencionar en mi nueva habitación. Necesitaba aprovechar este momento antes de que todos comenzaran a despertar y el barullo no me dejara concentrarme.

 Necesitaba aprovechar este momento antes de que todos comenzaran a despertar y el barullo no me dejara concentrarme

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