12. Luz

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―...Zan. Izan por favor. Abrí los ojos. Izan.

Obedecí de mala gana. Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue el rostro de Lena contra el techo del automóvil. Su rostro estaba pálido, ojeroso e inundado de lágrimas que caían sobre mí.

¿Qué...? ¿Qué había pasado?

Hice un esfuerzo por recordar, pero todo era un revoltijo de sensaciones, imágenes y dolor.

En algún momento de la pelea, Lena había llegado. Nos había encontrado en uno de los tantos bosquecitos que rodeaban el pueblo y se internaban en las montañas. Ella simplemente apareció allí.

Recordaba su expresión al ver el estado cómo me habían dejado esos voraces. Recordaba haber gritado su nombre cuando la vi corriendo hacia mí, cómo deseé que no se acercara, que no me viera así. Recordaba el terror que me invadió al verla capturada por uno de esos voraces.

Recordaba... Recordaba la luz que emanó de ella y extinguió a los voraces. Los deshizo como el sol a las pesadillas. Una estrella quemándolo todo a su paso. Pero después de eso, todo fue oscuridad.

Ahora me encontraba recostado en el asiento trasero del Renault sin saber cómo podría haberme arrastrado hasta allí. Lena estaba arrodillada a mi lado, presionando un paño sobre mi pecho. Sus manos estaban empapadas con mi sangre y sus ojos con sus lágrimas.

Cuando me vio despertar dejó escapar un sollozo.

―Izan, tú...

―Tenés que quitarlo ―respondí, enfocándome en lo más urgente.

―¡¿Estás loco?! ―chilló.

―No podré curarme si eso sigue en mi pecho.

―Estás demasiado débil, si lo hago terminarás de desangrarte antes de que termines de curarte. Y esta mierda de auto no se mueve. Izan...

―Si me dejas, puedo usar un poco de tu éter para curarme. Solo una pizca.

Ella ni siquiera lo dudó. Asintió, quitándose las lágrimas con las manos sucias y manchándose el rostro con mi sangre.

―Tendré que romper esto ―me advirtió, tomando remera.

Yo asentí.

Lena llevó su boca al cuello de mi remera y con un movimiento brusco rasgó la tela en dos, exponiendo mi pecho al frío interior del auto. Intenté ver mi pecho, pero en la posición en la que estaba solo podía ver de manera borrosa mi piel pálida cubierta de sangre.

Lena me miró insegura. Tuvo un pensamiento fugaz, algo sobre flores de ceibo que florecían desde la madera clavada en mi piel. Era una imagen romántica de aquella situación. Levanté mi mano y aparté su cabello de su rostro.

―Podés hacerlo. No tengas miedo ―dije acariciando su nuca―. Vos podés arreglarme.

Lena respiró hondo y se acomodó a horcajadas sobre mí, temerosa de lastimarme con su peso. Aún en estos momentos ella no dejaba de ser consciente de su cuerpo, de verlo como un obstáculo.

AETHERWhere stories live. Discover now