Día 04 | Reloj

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Tic tac.

Las manecillas del reloj avanzaban, retrocedían, avanzaban y retrocedían.

Tic tac.

El ciclo continuaba.

El sonido calmo y agobiante me embriagaba los oídos, me llenaba la mente.

Tic tac.

El minutero echaba marcha atrás y el segundero aceleraba.

Hace una hora eran las 5:45, ahora las 4:55 y yo sabía que Shisui llegaba a las 6:00.

¿Por qué el reloj no quería que Shisui llegara? ¿Por qué seguía retrocediendo? ¿Por qué me alejaba más y más de él a cada segundo?

Mis ojos negros no se despegaban de las agujas del reloj, seguía con mis pupilas cada movimiento errático que producían, esos que provocaban un cambio de temporalidad angustiante.

Shisui trabajaba y llegaba a las 6:00, esa era su rutina, una rutina tan marcada como el beso que dejaba en mi frente después de que caminaba los diez pasos que había desde la puerta hasta el sillón donde estaba recostado.

Demoraba treinta segundos en llegar a mí, dos en inclinarse y quince en mimarme, aunque estos últimos solían alargarse a varios minutos.

Tic tac.

El minutero se adelantó.

6:55 p.m.

¿Por qué Shisui no estaba aquí? ¿Por qué el reloj había alterado las dimensiones, pero no traía consigo al hombre que tanto amaba?

Ya no me quedaban uñas, el reloj seguía avanzando normalmente y no había rastro de él. El frío de su ausencia me congeló las entrañas, temblaba, me castañeaban los dientes. Me abracé a mí mismo, pero mis dedos y brazos álgidos no ayudaron en nada, incluso temblé todavía más.

Parpadeé, me perdí el desplazamiento de las manecillas durante dos milésimas de segundo y para cuando mis ojos volvieron a ver, ya no eran las 6:55.

4:45.

Mi ritmo cardiaco descendió, amainó con mi tranquilidad, pero disminuyó demasiado, tanto que llegué a marearme, un pequeño dolor en el lado izquierdo de mi pecho abriéndose paso, bloqueándome las vías respiratorias, ahogándome.

Tic tac.

1:30

A esta hora finalizaba el tiempo de Shisui para almorzar, solía llamarme y contarme sobre su día en el trabajo, yo le comentaba sobre lo que había hecho. Estudiaba una carrera online y en mis tiempos libres ordenaba el departamento, nuestro nido de amor como el hombre de rizos le llamaba.

Yo era él dueño de esos rizos, había hundido mi nariz ahí muchísimas veces y ese aroma dulzón que desprendían era el símbolo de mi paz.

Pero no recordaba haber recibido esa llamada.

¿Por qué no me había llamado? ¿Por qué estaba rompiendo su rutina de esta manera?

Tic tac.

El sol cambió de posición, las nubes avanzaron y se hincharon de agua.

Lluvia.

Caía, caía libremente y se estampaba contra el cemento de las calles. Caía al son del sonido del reloj.

Silencio.

Mientras las gotas se rompían en la acera, el reloj se detuvo y por ende las colisiones cesaron.

Maravillado, observé por el gran ventanal que la lluvia se había suspendido, flotaba en el aire junto a las nubes. Exactamente al mismo nivel.

Nada se movía, ni siquiera los coches que recorrían las calles.

30 días | ShiItaOnde histórias criam vida. Descubra agora