Día 14 | Película

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Los colores del crepúsculo asomaban poco a poco en el cielo que se desplegaba sobre las nubes, colores violáceos y amarillentos que iban tiñendo de oscuridad y contraste la escena. Respiré hondo, agarrando una buena bocanada de aire para calmar ese nerviosismo agradable que se abría paso por mis entrañas haciéndome temblar el corazón de ansiedad. Supuse que era la reacción típica ante situaciones así, pero eso no evitaba que mis latidos se aceleraran cada vez que daba un paso en dirección a mi destino.

Había conocido a un chico en el café en el que trabajaba, un cliente al que le tuve que servir un mocaccino en mi primer día de trabajo, cuando estaba tan nervioso que la mano que sujetaba la taza de cristal me temblaba violentamente y creía que en cualquier momento dejaría caer el líquido encima de él.

Ese chico de cabellos rizados me ofreció una sonrisa tranquilizadora, no era el típico comportamiento al que me había visto enfrentado en las horas anteriores con clientes que por poco no me asesinaban con la mirada ante mi lentitud inexperta. Él solo me sonrió y recibió su taza, dejándome la única propina que recibí en el día.

Por alguna razón, siguió yendo al café todos los días, lo observaba desde la lejanía con la nariz enterrada en las páginas de un libro o detrás de su computadora portátil con un par de lentes que le hacían ver todavía más atractivo.

Si, se había convertido en una especie de amor platónico desde la segunda vez que lo vi. Además, lo había pillado mirándome a escondidas y eso me ponía el corazón a tope.

Me sentía estúpidamente encaprichado por un chico universitario que seguramente nunca se fijaría en el pobre mesero destartalado que le llevaba el café de vez en cuando.

Esas miraditas curiosas y deseosas se alargaron durante meses, tiempo en el que me había acostumbrado a simplemente observarlo y deleitarme con su semblante bonito y sus rasgos perfectamente alineados en ese rostro adornado por rizos oscuros y brillantes. Sin embargo, un día eso terminó.

Lo vi llegar a la cafetería y tomar asiento en su lugar de siempre, sacó el libro que llevaba leyendo un par de días, "El Señor de las Moscas" y se quedó ahí, paseando sus ojos por los párrafos que se desplegaban en las páginas, mirándome de vez en cuando. No le ordenó nada a ninguno de los meseros que le ofrecieron llevarle la carta, hasta que nuestros ojos se cruzaron y me hizo un gesto para que me acercara.

Obedecí, tieso, con los nervios a flor de piel y el miedo de tropezarme con mis propios pies mientras caminaba hasta su mesa acomodada en la esquina de un ventanal. Me detuve a su lado y le ofrecí mi sonrisa plástica, que obviamente para él no era falsa.

—¿Puedo tomar su orden? —pregunté amablemente mordiéndome el interior de la mejilla, él cerró el libro y me miró con una sonrisa, me observaba directamente, como nunca lo había hecho.

—Supongo que ya sabes lo que deseo —comentó sin poder borrar la sonrisa burlona que tiraba de sus comisuras.

—Un mocaccino con una cucharada de azúcar —respondí sin errores y él asintió, totalmente conforme.

No demoré en volver con su pedido en la bandeja que cargaba, ya había adquirido práctica y la mano no me temblaba ni un milímetro a pesar de que seguía estando nervioso por la mirada de ese chico bonito posada sobre mi estampa.

—Aquí está —expresé cordialmente—, no dude en llamarme si necesita cualquier cosa.

Él me seguía mirando con esa expresión extraña que no sabía cómo definir, con esa sonrisa torcida que parecía burlarse de mí y a la vez no.

—Claro que te llamaré —mencionó y yo le alcé una ceja, incrédulo.

—Me retiro.

Me giré para volver a mi sitio, a esperar que algún cliente me necesitase, pero de pronto sentí unos dedos envolverse alrededor de mi muñeca, una corriente eléctrica se disparó por mis nervios dejándome atontando. Me estremecí y me quedé quieto esperando que el culpable de esos escalofríos que me recorrían las vértebras se dignara a hablar.

—Ya superamos la fase de las miradas, ¿no crees? —me cuestionó con un tono juguetón que me hizo mirarlo por encima del hombro.

—No sé a qué se refiere —contesté haciéndome el estúpido y el soltó una risita divertida.

—Te esperaré el sábado, en el cine que hay a unas cuantas cuadras —dijo y mi corazón empezó a latir desbocado, ilusionándose ante esa posible cita o lo que fuese—. ¿Te parece a las 8 de la noche?

No pude evitar sonreír y me giré para mirarlo directamente, aún con su mano sujetándose a mi muñeca, esperando una respuesta. Lo que mejor me hacía sentir, era saber que había descubierto a qué hora acababa mi horario, pues a las 7:55 solía abandonar la cafetería despidiéndome de mis compañeros con un apretón de manos.

Y lo había notado.

—Está bien —acepté y él agrandó su sonrisa.

—Entonces nos veremos —susurró con coquetería soltando mi mano con suavidad.

Hoy, sábado por la tarde, acababa de salir del café con mi bolso colgando y acomodando el cabello de mi coleta por sobre mi hombro, dejando que alcanzara mi abdomen. Caminaba apresuradamente por las calles que empezaban a tornarse naranjas con las luces del atardecer, en dirección al cine sin siquiera saber qué película estarían pasando hoy y me daba igual.

Admiré el brillo que emanaba desde las carteleras del cine y a unos pocos metros vi esos cabellos rizados que habían conformado todos mis sueños desde hace tanto tiempo. Hoy por fin lo iba a sacar del anonimato y del pedestal inalcanzable donde lo había alzado. Hoy conocería su nombre, y podría conversar largo y tendido con él, aunque seguramente no sería yo el que dirigiera la conversación y esperaba que no le importase.

—Hola —dijo con esa sonrisita que tantas veces me había dirigido en el café.

Pero desde tan cerca, se veía mucho más bonito.

—Hola —murmuré un poco cortado y él me cogió del brazo para tirar de mí hacia el interior del cine.

—¿Alguna idea de qué podríamos ver? —inquirió cuando llegamos delante de las carteleras.

Paseé mis pupilas por los títulos de esas películas que ni siquiera me sonaban conocidas. No tenía cultura cinematográfica y estaba aquí sintiéndome ignorante solo por mis deseos de conocer a este chico.

—Elige tú —dije.

El chico de los mocaccinos me miró de soslayo, con las comisuras alzadas en una mueca burlona, yo quise huir de su mirada, avergonzándome de mi poca cultura y me sorprendí cuando se rio.

—Si te soy sincero no sé nada de películas —Me relajé de inmediato—. La verdad es que este era el único panorama que se me ocurrió en el café y te lo planteé esperando que tuvieras deseos de ver alguna.

—Pues yo tampoco sé de películas —le conté con una sonrisa más relajada.

—¿Te parece si elegimos al azar?

—Acepto.

—Tú me cubres los ojos y yo elijo —ofreció, coqueto.

Los primeros instantes, sentí que me moría de los nervios, pero decidí que no me dejaría intimidar.

Así que, por una vez en mi vida, opté por no sobrepensar mis acciones y me puse detrás de él para cubrirle los ojos con mis manos. Otra vez sentí la electricidad recorrer mis extremidades y esa lluvia de escalofríos que me encogían el estómago, pero no me moví. Solo me reí cuando él empezó a hacer el tonto recorriendo los títulos de las películas, paseando su dedo de arriba a abajo y riéndose a carcajadas.

No demoré en acompañarle con mis propias risas y así empezó nuestra maravillosa primera cita.

El inicio de nuestra historia juntos.

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Ja, otra vez subiendo cosas tarde.

Abro espacio de autopromoción:

¿Les gusta esta pareja? ¿Les gustan los mundos distópicos? ¿Leen mi otra historia llamada Jiyū?

Si no es así, pues se los recomiendo, ah.

Cierro espacio de autopromoción.

30 días | ShiItaWhere stories live. Discover now