II

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Pero no, él no sería

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Pero no, él no sería.
JAMÁS.

Cuando intenté meter la llave en la cerradura de la puerta de mi apartamento, tan solo conseguí rayar la madera. Sacudí mi cabeza, y me concentré en meter la bendita llave donde iba.

Una vez abierta la puerta, entré con todo el peso de mi cuerpo sobre mis hombros y me lancé al sofá sin remordimiento alguno.

—¿Cuántas veces te diré que debes cerrar la puerta cuando entres? —la voz de Diana, mi mejor amiga desde los cinco años y compañera de habitación, retumbó por la sala, acompañada de sus pasos entaconados, hasta llegar al lugar.

La miré tan solo con el rabillo del ojo izquierdo. Toda mi cara se encontraba escachada contra el suave cojín del sofá.

La rubia se cruzó de brazos y alzó una ceja.

—Ay, Diana —me quejé.

—¿En dónde estuviste? No te llamé pensando que a lo mejor tu noche había... mejorado... ya sabes, por la cita.

Solté una risa sin gracia, e intenté incorporarme en el sofá.

—¿Y si te digo que terminé en la cárcel con un dios griego de vigilante?

Diana se quedó estática, y pestañeó varias veces antes de volver a enarcar su ceja. Era uno de sus gestos característicos.

De una forma fugáz, Diana me apartó y se sentó junto a mí en el sofá, acercando su rostro con una gran sonrisa de complicidad, y cuando pensé que me pediría que contase la historia, sentí un golpe en la parte trasera de mi cabeza.

—¡Estúpida! ¡¿Qué mierda hiciste para terminar en la cárcel?!

Fruncí el ceño y acaricié mi cabeza en lo que le daba una mirada de indignación a Diana.

—Joder, Diana, eso dolió.

—¿Solo sabes meterte en problemas?

Giré los ojos y la empujé lejos de mí, para levantarme.

—Algo así —contesté y caminé hacia la cocina, seguida por los pasos de la chica—. Digamos que la cita —me encogí de hombros—, no salió como lo esperaba.

Diana se cruzó de brazos, y me dio una mirada de incredulidad.

Saqué agua fría de la nevera, y bebí directamente del pomo.

—Qué asco, Paris, ya no tomaré de esa agua —reclamó y sacudió su cabeza, para luego señalarme con su índice—. Ese no es el punto, habla.

Puse los ojos en blanco y devolví la botella a la nevera, para luego apoyarme en la meseta de granito.

—Johnathan fue mi cita.

El rostro de Diana pasó de molestia, a confusión, a asombro.

—¿Qué? —chilló.

Te ves como el chico Perfecto ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora