12- Sensación

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—Debes comer antes de que se enfríe. En este lugar no hay nada y sé que estás hambriento.

—Gracias.

—Esto hacen los amigos, ¿no? Por cierto, ¿dónde están tus muletas? — las vio a lo lejos y entró a recogerlas—. Debes caminar con ellas, puedes lastimarte o incluso caerte si no lo haces.

—No me acostumbro a usar eso.

—Tendrás que hacerlo, aunque no te guste— me las trae para acomodarlas en su sitio y ayudarme a caminar hacia el cuarto.

—Todo está hecho un desastre.

—Nada que no se pueda reparar. ¿Sabes quién pudo haberlo hecho? Tal vez, ese tal Cesar.

—Es el único que se me cruza en la cabeza.

—No volverás a eso, ¿verdad?

—¿Y puedo hacer algo estando de esta forma?

—Y aunque estuvieras bien, no quiero que vuelvas a esa vida. Te voy a ayudar a salir adelante en un trabajo decente. Oye, ¿no te molesta si me convierto en tu compañera de cuarto?

—¿Qué? Pero solo tengo un cuarto.

—Lo sé, pero no creo que haya problema, ya que no es la primera vez que dormiremos en la misma cama.

—Supongo que tienes razón. Pero ¿y tú mamá?

—Estaré asistiendo a la universidad, ya que tengo que realizar unos exámenes, los cuales entre los maestros y el director hicieron una excepción por la situación. Además, me queda más cerca que desde mi casa. Mi madre no sabe que es contigo, pero es un secreto que podemos guardar.

—Entiendo. Y sí, supongo que no hay problema.

—Bien. Entonces regresaré luego con mis cosas.

—¿Mi motora está en el garaje? Es el único lugar seguro aquí.

—Yo iré. Pero ¿para qué la necesitas? Ahora no puedes manejarla.

—Lo sé, pero puedes usarla tú.

—No, gracias. Le pagaré a un taxi.

—Olvidé que le tienes miedo.

—Respeto. Además de que mi primera experiencia fue fatal, manejas como un loco.

—Algún día me tocará enseñarte. Si quieres quedarte aquí, ese es el único método de transporte que tengo. Gastar en un taxi todos los días no es una gran idea que digamos.

—Si conseguimos un mejor trabajo todo es posible. Ahora concéntrate en mejorar y comer. Regreso luego — sonríe, antes de salir.

No me acostumbro a hablar con ella de esa manera tan tranquila, se siente extraño porque siempre habíamos estado peleando como perros y gatos.

Regresa horas después con varias bolsas y dos maletas, tal parece que se trajo toda la casa para acá. Saca en medio de la habitación varios productos de limpieza y la sigo con la mirada.

—Quiero ayudarte.

—No te preocupes, puedo hacerlo sola. Solo quédate acostado descansando.

—No estoy manco.

—Pero sí cojo.

—Retiro lo que había pensado de ti.

—¿Y qué pensaste de mí?

—Nada— guardo silencio y ruedo los ojos.

—¿Estás en tus días, Fabián?

—No me acuerdes eso.

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