XXVII

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Era una tarde de un tibio viernes, Azucena ya había terminado cada uno de los labores que ella misma se había asignado aquel día: la cocina estaba impregnada por un delicioso olor a comida, no  como la que preparaba Margarita pero no por ellos dejaba de ser un manjar suculento que devoraba con ganas; las habitaciones, en especial la mía, estaban aseadas, la ropa planchada y guardada en la profundidades de mi closet; así  que ya comenzaba a preparar sus efectos personales en su enorme bolsa de mano que traía; lista para salir rumbo a su casa que se encontraba a unos cuantos kilómetros de ahí, en un poblado del que no recordaba el nombre, pero del que tenía conocimiento que era un cautivador lugar, gracias al derroche de información que Azu, me dijo una de las tantas tardes que estaba en casa. 

-Bueno mi querido Harry- dijo colocándose su enorme bolso, en el hombro donde cabía cuanta cosa metía en él.- Por el día de hoy ha sido suficiente, así que nos vemos hasta el lunes próximo.

-Si eso creo- dije levantándome de  un salto del sillón.- 

-¿Sólo una preguntas más antes de irme?-inquirió con el rostro contraído, por temor a que me pudiese molestar por tal  petición.

Puse los ojos en blanco:

-Contigo no hay de otra...- dije mientras imaginaba que ocurrencia le  iba a surgir de pronto.

-¿En verdad no te sientes mal, al estar solo?- dijo rápidamente, y antes de que pudiese responder se apuro en continuar.- Bueno digo por que si así es... como ya te lo había dicho mi casa es humilde pero siempre hay una espacio para alguien tan bueno como tú, mi esposo te recibirá con agrado y mis nenes de igual manera.

Enmudecía al instante, al mirarla a los ojos y ver en ellos una amistad sincera que tan malos recuerdos me traía y que me hacía añorar el pasado de la peor manera que había.

No dude en sus palabras un instante siquiera y es que cada una de ellas salían de su corazón que ni siquiera podía saber, ni imaginar que tipo de persona podía llegar a ser yo. Lo que me dolía inmensamente;  por que ella era una humilde y sencilla joven de la que cualquier hombre se podía enamorar, hasta yo sino fuese... como yo  era y también de no ser por que ella ya estaba casada y con dos pequeños bebés...  Su mirada candida y sincera me recordó a  cada instante a mi mejor amiga... Cathy, que estaba lejos de donde yo estaba preguntándose el por que de mi ausencia.

-No Azu... mil gracias por tu ofrecimiento  pero no quiero dar molestias, en verdad. Aparte ya sabes necesito estar solo, necesito pensar y decidir tantas cosas...- dije si más, despejando cada uno de aquellos desapacibles pensamiento que rodaban de vez en cuando mi cabeza y que abrumaban sin piedad a mi corazón que parecía ya no soportar por mucho tiempo más.

-Mmm...- murmuro por lo bajo y antes de que pudiese sentirse ofendida me apure en decir:

-Pero te prometo que antes de irme te haré una visita, ¿qué te parece?-

A la simple mención de mi repentina propuesta el rostro se le crispo de la alegría y comenzó a bailotear con una alegría contenida.

-Pues me parece perfecto Harry, así que ya está dicho, en cuanto decidas irte de aquí, te esperare en casa. ¡Ah! Me da tanto  gusto, le he hablado tanto a mi esposo y a mis hijos de ti... y al fin se les va hacer conocerte...

Y sin decir palabras más me planto un enorme beso en la mejilla, me estrecho entre sus delgados brazos  y salio por la puerta principal dejando un rastro de su singular alegría impregnado por doquier. 

En cuanto salio y cerró la puerta principal, me deje caer sobre el sillón y sin esperar más cerré los ojos e intente dormir por un rato. Pero después de un infructuoso y vano esfuerzo de así hacerlo, me dirigí a mi habitación dispuesto a tirarme sobre mi casa y seguir la batalla que no pensaba dar por perdida de ninguna manera y mucho menos así, como así.

El Otro Rostro de la Vida ➳ l.sWhere stories live. Discover now