Prólogo

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El hombre se atusó la chaqueta y se colocó mejor el cuello alto de la misma al sentarse en la silla, vigilando que no se formaran arrugas en la costosa tela azul marino. Suspiró y jugueteó con sus manos, pensando en lo que iba a decir, procurando tener cuidado con sus palabras porque sabía que, a veces, podían ser de lo más dañinas.

Satoru Gojo siempre cuidaba de sus alumnos, eran su cosa más preciada y sagrada y les tenía un cariño inmenso. A veces, incluso se sentía como un padre para ellos.

Aquello también incluía a Itadori, a quien no hacía demasiado que había conocido.

—Creo que eres consciente de la gravedad del asunto. —Acabó por soltar, suspirando antes de hablar. Señaló la venda de su cabeza y los múltiples rasguños que tenía esparcidos por la piel. —La cosa es seria y he tenido que notificar de ello, no precisamente por gusto. Sé que no era él mismo cuando sucedió.

Fushiguro se tocó el rostro por pura inercia, con una expresión neutra. Las yemas de sus dedos se deslizaron por el relieve de la cicatriz de su mejilla y de los raspones de su mandíbula; hasta había tenido que ponerse una de aquellas ridículas tiritas para una herida de su frente. Asintió en silencio, recordando las marcas negras del cuerpo de su amigo y la violenta pelea. Pensó en todo el daño que le había hecho, dejando su cuerpo magullado, tirado sobre el cemento, antes de poder volver a ser él.

Porque sí, Itadori podía ser una persona maravillosa en muchos sentidos, pero la podredumbre que recorría su interior estaba comenzando a imponerse, cada vez con más fuerza, sobre su cálida sonrisa.

—No me gusta admitirlo, pero es peligroso para todos. —Satoru intentó mantener la voz firme, aunque una nota de pena se escapó de sus labios. —He tomado la decisión de no volver a llevarle fuera de aquí.

—¿Qué? —Fushiguro Megumi, su alumno más inteligente, pareció indignarse o, como mínimo, alterarse ante aquel inevitable hecho.

—Itadori no saldrá de la academia en las próximas semanas, no quiero más incidentes. —El hombre sacó de un cajón una pequeña libreta y un bolígrafo negro y los dejó sobre la madera de la mesa. —Quiero pedirte que lo vigiles de cerca, que estés con él y luego lo anotes todo en este cuaderno. Sé que pasáis bastante tiempo juntos y que él te tiene un aprecio especial...

—¿Y si no quiero hacerlo? —Lo interrumpió.

Se cruzó de brazos, observando el cómo la boca del otro se curvaba en una mueca extraña. Satoru siempre llevaba sus ojos vendados, pero se adivinaba con facilidad lo que estaba pensando, su lenguaje corporal lo delataba.

—Si no quieres, entonces ¿por qué aquella vez lo salvaste y ahora te niegas? —El argumento estrella rompió el aire y resonó por todo el despacho. Los tapices con escenas mitológicas temblaron de la misma manera en que el chico apartó rápidamente la mirada de su maestro.

Se levantó arrastrando la silla hacia atrás ruidosamente, no le gustaba el ambiente que se había formado. No soportaba no poder aceptar las heridas de su cuerpo. Sin embargo, tomó la libreta y el bolígrafo y los guardó en su bolsillo, frustrado.

Se dirigió hacia la puerta a paso veloz, dispuesto a cerrarla con un golpe seco para mostrar su desacuerdo, pero la voz de su mentor acudió a él de nuevo.

—Ten cuidado. —Le recordó. —Por mucho que no lo parezca, ahora mismo Sukuna e Itadori son la misma persona.

Maldijo para sí mismo, volviendo a percibir vívidamente aquellas frías manos recogiendo su cuerpo ensangrentado del suelo.

Cursed || ItaFushiWhere stories live. Discover now