2. Azul marino

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Itadori se sentó a su lado, sobre el banco de piedra, con una taza de chocolate caliente entre las manos. El viento movía con pereza las ramas de los árboles y jugaba con los petirrojos que se posaban en ellas para comer.

—Me sigue impresionando este lugar, está completamente perdido en la montaña, pero a un paso de tu cristalera. —Comentó, apretando la cerámica con las palmas para poder sentir mejor la calidez de su contenido.

Su amigo le echó un vistazo de reojo, para después sorber un poco de su té matutino. Al menos se había vestido con el habitual uniforme, aunque aquel pelo negro continuaba ligeramente alborotado, como si se rehusara a despertar del todo.

Poco después de la charla y el incómodo silencio que se había formado, habían ido a pedir algo para desayunar al comedor. Con aquella falsa fachada de calma, Yuuji sintió todas —realmente pocas, pero todas al fin y al cabo— las miradas hostiles que se dirigieron a él sin vergüenza alguna. No podía evitar sentirse completamente culpable por lo que había sucedido en la misión.

Ni siquiera le habían dado el suficiente tiempo para explicarse y, aún así, pretendían aislarlo del exterior. Era fuerte, lo tenía claro, y puede que también lo suficiente como para enfrentarse a lo que fuera sin problema alguno. Más o menos. No necesitaba quedarse allí, protegido.

Con el sabor del chocolate en la boca, decidió que tal vez no estaba tan mal aquello de tomarse esas vacaciones obligadas. Pudo haberse sentido ofendido por tener que ser la princesa que había que rescatar, pero no lo hizo.

No había sido capaz de apartar a la maldición de su mente e intercambiar su lugar; tampoco de imponerse a ella. Todavía tenía la presión incómoda dentro de su cabeza y, de repente, su voz le pillaba desprevenido. Tenía la impresión de que, poco a poco, Sukuna iba aprendiendo a apartar su conciencia y esperaba que no fuera capaz de arrebatarle su cuerpo.

—Deja de hacer tanto ruido al beber. —Megumi habló en voz baja, temiendo perturbar la calma del bosque que los rodeaba.

Itadori alzó la mirada para encontrarse con un enfurruñado Fushiguro. Siempre era severo y seco, pero era consciente de que, más allá de aquella imperturbable expresión, había una persona tan cálida como el chocolate de su taza.

—¿Estás enfadado porque te he despertado? —Preguntó, con la voz burlona y las comisuras de los labios manchadas. Sonrió, recuperando el ánimo que aquella mañana había decidido abandonarle. Realmente extrañaba las conversaciones nimias y absurdas. —Podrías ser más cariñoso, de vez en cuando.

Los petirrojos dejaron de cantar cuando se oyó la tenue risa de Fushiguro. Se tapaba la boca con una mano y pequeñas arrugas se formaron a los lados de sus ojos azules. Yuuji giró la cabeza, divertido. Sí, tenía los ojos azules, de una tonalidad muy oscura.

—Eres idiota. —El chico le dio con el puño amistosamente en el hombro.

Tratando de calmar su risa, de repente, dejó caer la taza a la hierba y se agarró fuertemente el abdomen. Itadori se levantó, alterado, oyendo los pequeños quejidos de dolor que el otro soltaba junto a ligeros espasmos.

Exhaló el aire con pesadez por la nariz y se arrodilló frente a él, asustado, sin saber qué le sucedía. Megumi alzó la vista con los ojos anegados en lágrimas, suplicando en pleno silencio que la tortura se detuviera.

—Ayúdame. —Farfulló, intentando ponerse en pie sin dejar de aferrarse a sí mismo.

Encogido y tenso, cruzó la cristalera de vuelta a su habitación, con un brazo sobre los hombros de Itadori, que no dejaba de preguntarle cien cosas por segundo y se atropellaba con las palabras al hablar. Notaba sus sinceros nervios, como si la criatura que habitaba en su interior hubiera decidido esconderse por aquel momento.

Cursed || ItaFushiWhere stories live. Discover now