Capítulo 5

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CAPÍTULO 5

Una nube de polvo flotaba a su alrededor, taladro en mano Alicia sufría un ataque de estornudos por el picor producido por el fino polvo que la rodeaba. No había superficie ajena a la ligera capa de polvo ocasionada por cinco simples agujeros.

―Esto es un horror, llevo toda la semana con la fregona en la mano―Se quejó dejándose caer en el sofá.

Hay vidas que la suerte abraza en los cruces en

su caminar

Otras que van acelerando tan veloces que su

estrella dirá

Hay vidas que el propio destino sabrá cambiar...

―Dudo mucho que mi destino sepa lo que quiere―Un nuevo estornudo la sobrevino. Cerró los ojos y se dejó arropar por la voz rota de Sergio Dalma―. En menuda encrucijada estoy metida yo.

Una concatenación de estornudos la hizo levantarse e ir a lavarse la cara. Nada más verse en el espejo entendió el motivo de tanto estornudo, su pelo y sus hombros estaban cubiertos por un manto blanco. Estaba claro que su inexperiencia con el taladro le había hecho generar más polvo de lo normal, cinco tristes agujeros no podían levantar la nube que invadía el salón y la cubría a ella.

«Si necesitas ayuda a la tarde estoy aquí». El ofrecimiento de Antonio en su frío y breve encuentro le vino a la mente. Por supuesto que no iba a esperar por él. Ella siempre se las había arreglado sola, no era ninguna damisela en apuros; si algo tenía claro es que Antonio y, cualquiera que la conociera, lo sabía.

Se refrescó la cara y miró al espejo, sus ojos se posaron en su propio reflejo, siempre le habían dicho que era un libro abierto, que en ellos se veía todo lo que sentía, pensaba; los observó con determinación, nada, ella no veía más allá de su verde iris.

No tenía tiempo que perder, apagó la luz y salió del baño. Cogió las enmarcadas fotos, las colocó, haciendo un pequeño cambio en el orden al observarlas una vez colgadas. Media hora después el polvo había desaparecido, sin embargo, ella necesitaba una ducha con urgencia, tenía la sensación de tener polvo hasta en el DNI.

Durante unos segundos contempló el salón. Ahora sí era su casa, ya las paredes no lucían desnudas. Ahora sí sentía que aquella era la casa a la que regresar tras sus viajes laborales. El sonido del timbre la sobresaltó, no esperaba a nadie, era imposible que fuera Antonio, ya estaría con sus hermanos. Dejó el cubo y la fregona junto a la puerta de la cocina, se pasó un díscolo mechón de pelo, escapado de la coleta, tras la oreja y miró por la mirilla.

―Bea...―murmuró sorprendida al ver su rostro al otro lado.

Abrió la puerta, el nerviosismo era más que evidente en el rostro de su amiga que dibujó una tímida sonrisa al verla.

―Hola―se saludaron al mismo tiempo. Ambas se miraron a los ojos, había mucho dolor en ellos.

―Perdona que me haya presentado sin avisar, pero necesito hablar contigo―La voz le temblaba al hablar, los ojos le brillaban, sin duda había estado llorando recientemente―. ¿Podemos hablar?

―Será mejor que pases, aunque creía que ya me lo habías dicho todo―Con más dureza de la pretendida respondió―. Sé breve, necesito ducharme.

Uno de dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora