CAPÍTULO 💋 CUATRO

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La mansión Dimitryev.

Unos golpes en mi ventana me sacaron del quinto sueño en el que estaba flotando, dejándome desubicada y confundida.

Lo » que pensé fue: «¿En dónde diablos me metí?», al ver el interior de largo vehículo en el que estaba mintada, creyendo que debía ser una casa rodante por el televisor gigantesco frente a mí, y aunque casi enseguida recordé que éste iba a ser el auto que me iba a transportar a la casa de los Dimitryev, aquello no me hizo salir del todo del asombro.

Escaneando mi alrededor, observé a un señor sentado en otra sección del auto, quién debía ser el conductor que manejó esta monstruosidad.

Por un segundo conecté una mirada con él, y a ver como me recorría el cuerpo de arriba a abajo, desvié la mirada, centrando mi atención en otra parte.

Supongo que él sabía a que venía aquí, así que asumo que por eso me dedicó esa mirada tan evidente.

Para eso, decidí centrarme en el televisor.

Nunca había visto uno, asi que tenía sentimientos encontrados.

En primera, no me pareció nada práctico tener un vidrio negro pegado a la pared; en segundo, su tamaño desproporcional parecía sacado de una ventana de balcón, y la tercera, al parecer no servía, ya que estaba completamente negro.

Esperaba un poco más del tan aclamado televisor.

Mucha gente lo usa.

¿Qué les entretiene de ver un vidrio negro todo el rato?

La sociedad está loca, se ha dicho.

Un bostezo salió de mi boca antes de alzar las manos para tallarme los ojos. Luego, estiré las manos hacia arriba para despabilarme y aflojar el cuerpo.

Me sobresalté un poco en cuanto escuché los mismos folpes en la ventana que me habían hecho despertar.

Giré la cabeza hacia la izquierda para ver que habia sido, pero los golpes me avisaron que estaba mirando hacia el lado equivocado.

En efecto, en cuanto me giré a la derecha, pude observar la simpática pero fría mirada de un señor, quizá con 50 años, vestido de traje y pantalón negro.

Era alto.

Y muy intimidante.

Le miré en silencio, sin saber en donde meterme, antes de divisar cómo retrocedía un paso y abría la puerta para mí.

Tardé unos segundos en salir del asombro ante ese acto de caballerosidad. Nunca nadie me había abierto la puerta de un coche.

En un principio porque nunca había estado en uno.

Era extraño.

Sentía que me apresuraba a bajarme.

Me arrastré sobre el asiento y durante un segundo dudé en tomar la mano que me extendía. No necesitaba ayuda para bajar, mis piernas estaban bien.

Por cortesía, decidí tomársela.

En cuanto pisé el asfalto, mi cabeza instintivamente se alzó hacia arriba, midiendo con la mirada el tamaño de castillo que estaba frente a mí. Por un segundo me tambaleé y di un traspié hacia atrás, asombrada por los metros que debían haberse ocupado tanto de largo como de ancho, antes de sentir como alguien me sujetaba de la espalda para evitarme la vergüenza de la caída.

—Tenga cuidado, señorita —dijo aquel hombre vestido con traje negro.

Le sonreí, haciendo una reverencia y alejándome un par de pasos.

Vendida💋 +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora