1. Un chico complicado

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Había muchas cosas que Fushiguro podía ser, entre ellas complicado.

Eso fue lo que pensó al conocerle, aunque sabía que no había llegado a su vida en un buen momento. Sin embargo, con el paso de los años había entendido que sólo era como una de aquellas flores cuyas semillas vuelan en el viento.

Mecido por las circunstancias de la vida, lo había visto crecer como persona y volver a recuperar la confianza que había perdido. Sí, el divorcio de sus padres había afectado demasiado a Megumi, pero Itadori siempre había estado ahí por y para él, apoyándolo a pesar de que, la mayoría de veces, había rechazado su cariño.

Dio las gracias en voz baja a aquel hombre, tan intimidante y serio como su hijo, para después descalzarse y entrar a la casa. Lo vio desaparecer por el pasillo, indiferente a lo que hiciera. Suspiró, pensando en si aquella situación familiar le hacía bien a su amigo, o si seguía atormentado por ello. Subió las escaleras, con cuidado de no hacer ruido, pues creía que, probablemente, estaría dormido.

Llegó a la puerta y tocó con los nudillos suavemente, un par de veces. No hubo respuesta alguna. Sí, estaba durmiendo. Giró el pomo delicadamente y abrió para luego cerrar rápidamente, tratando de que la luz no se inmiscuyera en el lugar.

Pegó la espalda a la madera, observando con detenimiento la habitación. Distinguió en la penumbra el escritorio blanco, al fondo del cuarto, bajo la ventana con la persiana medio bajada. Tenía muchas cosas por encima, lápices y bolígrafos desordenados, libretas, libros de texto y un portátil.

Al lado de la puerta estaba el tan conocido armario empotrado en la pared, donde se había escondido alguna que otra vez para darle un susto. Había una estantería repleta de libros al lado del escritorio y un par de baldas en la pared de enfrente de la cama.

Cama que portaba un bulto. Reinaba en el centro de toda la estancia y, sobre ella, estaba él. Fushiguro yacía, completamente dormido, tapado hasta la cara.

Sonrió instantáneamente al reconocer lo que el chico abrazaba con fuerza, un peluche de una foca con forma cilíndrica, ideal tanto para ser una almohada como para ser un peluche común y corriente. Se lo había regalado por su décimo sexto cumpleaños y, desde entonces, siempre lo encontraba adornando la cama. Pero nunca lo había visto dormir con él.

Se acercó, sin poder evitar la felicidad que recorría su organismo. Se sentó al borde de la cama, a su lado, sintiendo el colchón hundirse bajo su peso. Jugueteó con sus manos, nervioso, sin saber cómo despertarle. Realmente era bastante pronto y quería enseñárselo.

Quería explicarle lo que era amar.

Su tenue y rítmica respiración, la calma que transmitía; incluso las largas pestañas de sus ojos cerrados. Todo en él era perfecto. Yuuji tuvo que ponerse una mano en el pecho para agarrarse el corazón y pedirle amablemente que se detuviera. Lo estaba idealizando, era plenamente consciente de ello y sabía que, al final, le haría tanto daño que no podría soportarlo.

Retiró un par de aquellos mechones negros que caían sobre su frente, para poder verlo mejor. Probó a moverle ligeramente, tomándolo del hombro, pero sólo consiguió que se aferrara más al peluche.

Podía ver su cuello desnudo y cómo la piel bajaba hasta perderse debajo de las sábanas. La ropa en el suelo delataba que se había lanzado a la cama, ansioso de soñar y acabar de una vez por todas con la angustiosa realidad. Sabía lo mucho que le gustaba dormir y lo demasiado que se estresaba.

—Fushiguro. —Susurró, inclinándose sobre él, moviéndolo con un poco más de fuerza. –Eh, Fushiguro. Hoy es quince de febrero, un día cualquiera.

Nihilism || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora