7. Cigarros

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—¿Otra vez tú por aquí? —El hombre lo miró con el ceño fruncido mientras se hacía el nudo de la corbata.

—Perdona, Fushiguro se dejó la bufanda en mi casa. —Alzó la prenda blanca con una sonrisa, tratando de parecer amable.

El padre de su amigo lo invitó a entrar y, acto seguido, se calzó con unos zapatos formales y abandonó la casa con una breve despedida, dejándole sólo. A veces no entendía cómo funcionaba aquella familia.

Abrazó la bufanda contra su pecho, oliéndola con ilusión porque tenía el olor del chico. En realidad habría acudido a su casa teniéndola o no, sencillamente quería acompañarle a la facultad y pasar un rato con él. Se había quedado con las ganas de tenerlo más tiempo a su lado, aunque aquello siempre sucedía. Adoraba su compañía y los silencios nunca eran incómodos, sino placenteros y llenos de sonrisas de complicidad.

Le daba igual que fueran las ocho de la mañana, cualquier hora era buena para hacerle una pequeña visita o para recordarle cuánto lo apreciaba. Subió las escaleras de la vivienda, sintiendo la calidez de la lana en las manos, porque la había llevado puesta durante el camino. Hacía un viento horrible y se había acordado de ponerse una chaqueta, se sentía orgulloso de sí mismo y esperaba que alguna broma surgiera respecto al tema. Le encantaba oírle reír.

Picó un par de veces a su puerta, esperando ver su dulce rostro y oír su bonita voz. Le había mandado un mensaje de buenas noches y había recibido cariñosas palabras de vuelta. Incluso se había ido a dormir abrazando a la almohada con apego, sabiendo que había sido un buen día, porque cualquier momento era bueno si estaba junto a él.

Aunque luego hubiera llorado durante media hora, hasta quedar sepultado bajo las mantas. Solo. Como siempre.

Se inquietó ligeramente al no recibir respuesta alguna, pues a aquella hora ya debería de estar despierto y recién duchado. Abrió y entró, encogiéndose al sentir el repentino frío que hacía en el cuarto.

La ventana estaba abierta, con la persiana subida, mostrando el amanecer de fuego. La luz iluminaba al chico que dormía sobre el escritorio, escondiendo la cabeza entre los brazos. Alzó las cejas, confuso y dejó la prenda y su chaqueta a los pies de la cama.

Una ráfaga de viento helado entró de golpe y caló en sus huesos cuando se acercó para cerrar la ventana. Se puso de puntillas para llegar a la manilla, pues justo delante estaba la mesa de madera pintada de blanco.

Un cenicero lleno de colillas adornaba el sitio, junto a la funda del portátil y montones de hojas escritas revueltas, subrayadas con colores chillones y matizadas con apuntes en los márgenes. Se decepcionó al ver que, efectivamente, se estaba sobre explotando de nuevo.

—Megumi. —Acarició su pelo, intentando alcanzar a ver su rostro, que mantenía oculto. Lo movió un poco, estaba completamente dormido. —Son las ocho.

Le quitó un cigarrillo consumido que sostenía entre los dedos y lo hundió en el cenicero, algo frustrado. Suspiró, pensando en todo lo que seguramente había hecho aquella noche sin tener en cuenta lo importantes que eran las horas de sueño o, directamente, su salud. No lo entendía, pues le había contado que tenía en mente ir a la cama pronto.

—Megumi. —Murmuró, apenado porque no sabía que fumara tanto cuando estaba a solas. Apretó los labios, reflexionando sobre si moverlo o no. —¿Por qué te haces esto?

Tocó uno de sus brazos, desde el hombro hasta la muñeca. Llevaba unos vaqueros negros y ajustados, los mismos con los que le había visto el día anterior, y la camiseta de manga corta del pijama.

De repente, estornudó. Su cuerpo se estremeció e Itadori retiró el tacto de su suave piel, asustado. Fushiguro tosió un par de veces, sin levantar la cabeza. Pudo oír sus tenues lamentos y fue entonces cuando realmente se preocupó.

Nihilism || ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora