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El desfiladero se abría hacia las tierras salvajes. Era un mundo diferente en este lado de la cordillera. Yoongi sintió allí la enormidad del cielo, la belleza desolada del desierto. Era duro, rígido, y de alguna forma, vibrante.

Y no estaba completamente seco. Fragantes hierbas, que prosperaban en la dureza, crecían ahí. Gruesas y correosas, exhalaban picantes aromas cuando los hombres las pisaban.

Perfumaban el avance del ejército.

Los árboles se contorsionaban en artísticas formas, doblegados por el viento, las ramas estaban armadas con espinas. Brillantes flores se aferraban a las rocas.

Los asentamientos eran pequeños y ampliamente espaciados. Los habitantes del desierto no salían a saludar a su soberano. Apagaban sus fuegos y se escondían. Nómadas en peludos corceles corrían hacia las colinas.

Pueblos enteros eran despejados al paso de la columna. Yoongi podía ver las nubes de polvo de su retirada.

—Tienen miedo de mí —dijo el mandatario.

—Estás sorprendido —dijo JeongGuk, con un dejo de burla.

—Lo estoy —dijo Yoongi. Le dio un talonazo a su caballo y se dirigió hacia las casas vacías. El humo todavía se elevaba por sus redondos respiraderos.

Encontró todas las casas abandonadas, sus habitantes se habían ido a toda prisa, las cenas aún se encontraba en el hogar.

En un establo encontró leche derramada, un taburete caído y una incómoda vaca, mugiendo.

Cuando salió, vio a algunos de sus soldados alejándose con ganado que habían dejado atrás, un escuálido rebaño de ovejas del que tiraban con una cuerda.

—Déjenlo todo —ordenó Yoongi y le hizo señas a sus soldados para que regresaran y dejaran a los animales de vuelta donde los habían encontrado.

Así fue todo el viaje. Tiendas nativas abandonadas y asentamientos esfumándose ante su aproximación. Los vientos del desierto removían el polvo en su retirada y borraba sus huellas.

El gobernador  habló, a nadie en concreto, tal vez al viento. —¿Por qué huyen?

—¿De un ejército? —Le devolvió la pregunta Jeon, con escepticismo. La respuesta debería ser obvia incluso para un tonto.

—Al otro lado del paso, mi pueblo no huye de mí y de mi ejército —dijo Yoongi.

No lo habían hecho. Recordó Jeon. Los aldeanos habían cargado a su mandatario de regalos, y no parecían hacerlo por miedo. Las chicas le daban besos. Los hombres salían solamente para poder tocar el borde de su manto.

—Dices que has venido a ver —dijo Jeongguk—. Deberías hacerlo.

Yoongi frenó. El séquito se detuvo.

A lo lejos, un magnífico palacio fortificado, parecía tallado en una ramificación que sobresalía a los pies de una montaña como las articulaciones de un perro. Los colosales pilares de la fortificación parecían estar tallados en la sólida roca. Estaban pulidos en un brillante rojo. Al aproximarse, el frontal era escarpado. La fortaleza era inexpugnable. Alrededor de su base había una puntiaguda empalizada de madera. Una aproximación hacia la parte trasera dejaría a cualquiera expuesto a los arqueros de las torres. Detrás de la fortificación, adosada a la ladera de la montaña, se extendían frutales, y altos pastizales para las ovejas, reses de patas cortas, y equinos.

La fortaleza era totalmente autónoma. Era el tipo de estructura construida por hombres que tenían miedo.

Y que eran demasiado orgullosos.

oh dear warrior ; kookgi +18Where stories live. Discover now