Final

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Antes de que la luna completara su ciclo, la horda nativa que había reunido el guerrero, se unió a las tropas de Yoongi.

El mandatario miró admirado su número. —Bien hecho —le dijo.

Jeongguk habló en voz baja. —Moriría por ti.

—No hagas eso —dijo Yoongi—. Vive por mí.

Los vigías de las torres de la ciudadela conocida como Harpi's Roook, avistaron tres fuerzas que convergían hacia la misma.

La primera era la tropa que Jin había enviado a las tierras korubo para vengar la muerte del mandatario. La segunda una horda de bárbaros comandada por un hombre grande, que se asemejaba al guerrero Jeon. La tercera era un regimiento tarracs marchando por el camino real, dirigido por el regente Namjoon.

Las puertas de la fortaleza se cerraron rápidamente. Las torres se cubrieron de tensados arcos. Los soldados subieron a las murallas.

Las tres columnas se detuvieron justo fuera de tiro de arco. Un hombre se adelantó desde la vanguardia de las primeras tropas. Montaba diestra y orgullosamente sobre el negro semental del mandatario. Una fina diadema de oro brillaba sobre su cabeza. Su cabello negro era más largo de que como éste solía usarlo.

Una voz de barítono, fuerte como un cuerno de batalla, y que sonaba como la del propio Yoongi, ordenó: —¡Abran las puertas! Todos aquellos leales a la reigna y a las leyes del imperio raenthe, detengan a los hombres que lleven un tatuaje de color rojo en su mano izquierda y arrójenlos desde las murallas en estos momentos. Encadenen al gobernador SeokJin y tráiganlo hasta mí. Lo necesito vivo.

Mientras seguía gritando, el gobernador estaba dando sus propias órdenes, pero ya caían hombres vestidos de verde desde las altas murallas.

Min dictó sentencia sobre SeokJin delante de tanta gente como fue posible. Sus súbditos necesitaban ver eso.

El mandatario lo condenó a muerte.

Jin exigió la oportunidad de luchar por su vida. Eligió la arena.

—¡No en mi arena! —dijo Yoongi horrorizado. Ese hombre nunca había entendido lo que significaba la arena. Era un lugar sagrado. El estadio de la capital era un lugar de redención, una última oportunidad para poner fin a la vida propia con honor. Donde no había honor, no puede haber redención. Y no lo había aquí. Esto era escoria. No admitiría a la sangre de SeokJin en el suelo de ese glorioso lugar.

Sus crímenes eran despreciables. Sus obras no habían sido actos en caliente de venganza, o realizados por la desesperada necesidad, o por una lealtad equivocada. El gobernador no había actuado por otra cosa que no fuera la codicia.

La traición había dejado a su paso una gran cantidad de personas de las tierras salvajes, onerosamente agraviadadas. Todo ese dolor debía ser compensado de alguna manera.

Se necesitaba un ritual salvaje para que sirviera como un catalizador para que encausara esa terrible furia y la canalizara. Los habitantes de las tierras silvestres debían tener sangre.

Con ojos fríos y voz plana, Yoongi le dijo a Jin—: Irás a tu propio foso.

Llenó las gradas, el mandatario, con los desdichados de la mina de oro.

Jeongguk estaba dispuesto, su piel aceitada. Solamente portaba un taparrabos de leonina piel, un tahalí y un pequeño escudo redondo en su antebrazo izquierdo. Un yelmo, se veía bajo su otro brazo. Su espeso cabello azabache estaba recogido en una cola.

Saludó al mandatario con su espada.

—¿Tienes que estar aquí? —preguntó Jeon.

El guerrero en la arena era terriblemente fascinante.

oh dear warrior ; kookgi +18Where stories live. Discover now