Capitulo XVIII

346 26 0
                                    


En el Croll, aquella noche se celebraba una fiesta country y medio pueblo de Sigüenza acudió a divertirse al local. Sebastián y Carlos acompañados por Laura e Isabela cenaban en una de las mesas mejor situadas. La noche se presentaba divertida y Sebastián sonrió. Isabela estaba especialmente guapa aquella noche con aquel vestido tan sexy y, además, muy caliente, a juzgar por las cosas que le ronroneaba al oído.
   
La besó en el cuello. Aquella mujer era una máquina sexual y siempre que quedaba con ella en la cama los dos lo pasaban fenomenal. Tiempo atrás, en su quinta cita, Sebas habló claramente con ella. No quería hacerle daño. Él no quería una relación seria ni formal con nadie y se sorprendió cuando ella le confesó que le gustaba ser libre a nivel de pareja para hacer con su vida lo que quisiera. Aquella rotundidad animó a Sebastián a volver a quedar en más ocasiones con ella.
   
Laura, la mujer de Carlos, aún creía en el amor. Era una romántica empedernida y estaba convencida de que tarde o temprano Sebastián y su amiga Isabela formalizarían su relación. Los implicados decidieron seguirle el juego, ya se daría cuenta que lo suyo era puro sexo.
   
Isabela no era muy guapa pero era tremendamente sexy. Años atrás apareció un día en Sigüenza y tras encontrar trabajo en el parador, allí se quedó. No era una mujer que despertara muchas simpatías, en especial entre las féminas. Su sexto sentido les avisaba de que Isabela no era una mujer de fiar. Su cuerpo lleno de curvas, su sinuosa voz cargada de erotismo y su pasión en la cama volvía locos a todos con los que se había acostado, y, por supuesto, a Sebastián. Ella era una mujer desinhibida a la que le gustaba probar de todo y eso ¿a qué hombre no le gustaba?
   
—Churri, pídeme una coca cola —pidió Laura a su marido.
   
—Ahora mismo, preciosa —asintió. Y echando un vistazo a un lateral del local dijo —Anda... mira ahí vienen Lucas y Damián.
   
Con aplomo varonil y seguridad se acercaron a ellos dos de sus compañeros de unidad. Dos ligones en potencia que solo buscaban lo que muchos hombres: rollos de una noche y nada más. Isabela , que había compartido momentos íntimos con Lucas, sonrió al verle y este la saludó. La complicidad que aquellos compartían nunca había importado a Sebastián. Los tres eran adultos y tenían muy claro lo que querían.
   
—Está hoy animado el Croll —comentó Damián tras besar a Laura.
   
—Sí. Con esto de la fiesta country parece que la gente ha salido de sus casas a pesar del frío —asintió ella y mirando a su marido que saludaba a Lucas insistió—: Churri
mi Coca-Cola.
   
—Tomaaaaaa tu Coca-Cola, cielo. —Le entregó Carlos la bebida.
   
—Aisss el churri qué majo es —se mofó Lucas haciendo sonreír a Sebastián.
   
Durante un buen rato los seis charlaron mientras escuchaban a un grupo tocar su música. Una música que les incitaba a moverse aunque solo fuera la punta del zapato. Laura sacó a Damián a bailar que aceptó encantado. Carlos al ver a su mujer tan animada sonrió. Adoraba a aquella mujercita a pesar de que en ocasiones le volvía loco. Instantes después Lucas, tras cruzar una significativa mirada con Sebas, se levantó e invitó a Isabela a bailar. Ella aceptó y segundos después, en la pista, comenzó a mover sinuosamente sus caderas.
   
Sebastián miraba divertido a la gente pasarlo bien. Acostumbrado a la tensión de su trabajo ver que la gente sonreía y se divertía era una de las mayores satisfacciones que podía Tener.
   
—¡Joder macho! La rubia que está con Georgina, la del parador, tiene un culito digno de forrar las mejores pelotas de tenis —murmuró Carlos señalando hacia la barra.
   
Sebastián miro hacia donde su amigo decía y asintió. En la barra una joven de pelo rubio se movía al compás de la música dejando entrever su culito respingón mientras hablaba con un tío bastante más alto que ella.
   
—Indiscutiblemente. Te doy la razón —asintió Sebastián dando un trago de su cerveza. Poco después, Isabela y Laura regresaron de bailar con unos agotados Damián y Lucas, quienes tras despedirse de ellas y sus compañeros, se alejaron en busca de alguna conquista. Cuando la banda country lanzó los primeros sones de la canción de Coyote Dax, No rompas más mi pobre corazón el local entero, en especial las mujeres, se lanzaron a la pista. Como era de esperar, Isabela y Laura entre ellas.
   
Desde su mesa, Sebastián observaba como la gente bailaba cuando reparó en que sus compañeros estaban hablando con la rubia que, minutos antes, Carlos y él habían estado observando. Curioso, observó como aquellos desplegaban todas sus buenas maneras en pro de llamar la atención de la chica, que parecía encantada con aquel cortejo.
   
—Mira —rio Sebastián a su amigo—. La rubia del culito respingón ya tiene a dos más babeando por ella.
   
Carlos dejó entrever una sonrisa. Estaba claro que sus compañeros, aquella noche, triunfaban. De pronto, un saltito que dio la rubia, llamó la atención de Sebastián. ¿Dónde había visto hacer aquello antes? Instantáneamente le vino una imagen a la cabeza. Aquel movimiento se lo habla visto hacer a... ¡Imposible! pensó sorprendido. La que se movía con gracia mientras hablaba con Lucas no podía ser ella. La actriz era morena y aquella era rubia. Pero algo dentro de él le alarmó y ya no pudo dejar de mirar hacia donde estaban aquellos. Carlos al darse cuenta de que no quitaba el ojo de encima al grupo, preguntó curioso:
   
—¿Te ha gustado la rubia?
   
Sebas no respondió, simplemente continuó observando. Deseaba que ella se diera la vuelta para verla de frente. Pero no, la rubia, en ningún momento se giró. Finalmente y sin poder contener un segundo más la necesidad de saber si lo que creía era cierto o no, se levanto y se dirigió hacia sus compañeros. Con disimulo, se acercó a la barra y se apoyó en ella. Aquel ángulo era estupendo para verle la cara a la joven que ahora reía a carcajadas por algo que Lucas decía. Cuando esta levantó el rostro para mirar a su compañero, Sebastián respiro al ver sus ojos gris claro. No era ella. Sonriendo pidió otra cerveza al camarero cuando, de nuevo, ella repitió el movimiento. Aquel gesto y como ella cambiaba el peso de una pierna a otra volvieron a atraer su atención. Tras pagar su consumición tomó el botellín y se dirigió hasta donde aquellos estaban, pero antes de llegar se dio la vuelta. Todo aquello era una tontería, debía olvidarlo.
   
Danna, al ver por el rabillo del ojo que el hombre que la había tratado como a una rata se acercaba, intentó permanecer tranquila, a pesar de que era verle y hervirle la sangre. Desde que había entrado en el bar, le había visto junto a la tetona del parador y por sus movimientos y sus continuos besitos en el cuello intuyó que entre ellos existía algo más. En un principio no le importó, pero por alguna extraña razón, no podía dejar de mirar en su dirección. Y cuando vio que Sebastián se acercaba un extraño júbilo la inundó, que desapareció justo en el momento en que él decidió dar media vuelta. Cuando Sebas regresó junto a Carlos, su amigo le preguntó:
   
—¿Está tan buena la rubita como se ve desde aquí?
   
Sebastián volvió a mirar hacia aquellos que continuaban de risas y asintió:
   
—Te lo aseguro. ¡Tremenda!
   
Ambos rieron. En ese momento, se acercó Isabela, que ya estaba cansada de bailar, y se sentó sobre las piernas de Sebastián. Dos minutos después, él la besó apasionadamente, excitado por las cosas que le decía al oído. Danna, que observaba con disimulo desde su posición, no perdía detalle.
   
Parapetada por la gente que, por lo general, casi siempre era mas alta que ella, comprobó cómo Sebas sonreía a la mujer que, con descaro, se le había sentado encima a horcajadas movía las caderas con provocación. Ver el sensual gesto de Sebastián y como le mordía los labios la estaba poniendo cardiaca. Desde su posición, y sin quitarle ojo, se excito al ver como aquel pasaba su mano lentamente por la espalda de aquella.
   
Danna, cada segundo qué pasaba, se excitaba más. Solo imaginar que era a ella a quien acariciaba le hacia suspirar de placer. A punto estuvo de gritar cuando vio como aquel, tras apretar sus caderas contra la de ella, le agarró del pelo y, con una pasión que la dejó fuera de sí, la atrajo hacia él y la besó.
  
Por faaavor... ¡soy patética!, pensó acalorada. Seis cervezas después, Danna llegó a dos conclusiones. La primera, que era realmente patética. Y la segunda, que quería ser ella la que besara a Sebastián de aquella manera. Georgina, que había accedido a acompañarla a tomar algo aquella noche, se encontraba en una nube. ¡Ella acompañando a Danna Paola! Tras la discusión que mantuvieron aquella y su primo, el
gay, en el parador porque el pelo de aquel ahora estaba rapado, este se negó a salir, y cuando la joven estrella se lo propuso, fue incapaz de decir que no. Georgina, una joven normalita que solía pasar desapercibida para todos, sabía quién estaba bajo aquellas gafas, aquellas lentillas y aquel pelo rubio y eso le enorgulleció. Si alguien del local supiera que se trataba de Danna Paola, se organizaría un gran revuelo y le gustó ser partícipe de aquel secreto.
   
Un par de horas después, Sebastián se dirigió al aseo y allí se encontró con Damián.
   
—Ehhhh Yatra.
  
—Qué pasa Damián—rio este al ver lo animado que se encontraba.
   
—Tío tienes que venir. Te voy a presentar a una tía que está como toda la flota de trenes españolas.
   
—Ah, sí —rio divertido Sebastián al intuir que se refería a la rubia.
   
—Sí... pero joder, para mi desgracia Lucas ya se la ha adjudicado. ¡Qué cabronazo es como tú. Se las lleva de calle.
  
Cuando salieron del baño Sebastián le pidió a Isabela un segundo con la mirada, y se acercó hasta aquellos. La joven rubia reía a carcajadas y, por su aflautada risa, dedujo que se había pillado una buena cogorza. De pronto, su tono de voz le sonó, y clavando su mirada en ella la examino, la altura correspondía y cuando aquellos ojos negros le miraron con descaro tras las finas gafas rojas y vio como torcía el gesto lo supo: ¡era ella!
   
—Yatra, ellas son Danna —dijo Lucas agarrándola con la familiaridad de la cintura—, y Georgina.
   
La madre que la parió ¿qué hace aquí todavía? pensó Sebastián sorprendido. La joven rubia al verle sonrió y suspiró, mientras Georgina, algo achispada y nerviosa al verse rodeada de tanto tío alto gritó:
   
—Nos conocemos ¿verdad?
   
Desviando la mirada, Sebastián al saber de quién se trataba asintió:
   
—Sí. Tú eres amiga de mi hermana Eva y creo recordar que trabajas en el parador.
   
—¡Es verdad! —rio Georgina , quien al igual que Danna, había bebido alguna copilla de más. Por unas horas, y rodeada de aquellos hombres, se sintió una muchacha bonita y deseada. Algo que no solía ocurrir.
  
Danna recorrió con su oscura mirada el cuerpo de Sebastián con descaro y soltó un suspiro de satisfacción al imaginar lo bien que podría pasárselo con él en la cama. Se colocó bien las gafas y dijo en tono jovial pero sin demasiada emoción:
   
—Hola hombretón.
   
Sebastián fue a decir algo cuando la joven agarrando de la mano a un hipnotizado Lucas dijo: —Venga, vamos a la pista. Quiero bailar. ¡Me gusta bailar!
   
Una vez aquellos dos se alejaron Damián soltó un silbido y murmuró sin que Georgina le escuchara:
   
—Joder... joder... este Lucas es un tío con suerte. Menuda nochecita va a pasar con esa tía. Está buenísima.
   
Sin abrir la boca Sebastián observó su pelo. ¿Qué se había hecho? Había pasado de morena a rubia en un abrir y cerrar de ojos, ¿para qué? Estoicamente, esperó a que aquellos dejaran de bailar y regresaran cansados y sonrientes hasta ellos. Danna que, a juzgar por sus movimientos, llevaba una buena cogorza, sentó en un taburete vacío, tomó su cerveza y tras darle un buen trago murmuró mirando a Georgina: —Oh Dios... llevaba tiempo sin bailar así.
   
Sebastián arqueó una ceja. ¿Qué debía hacer? Debía llevársela o dejarla allí para que Lucas tuviera una buena noche con ella. Mientras se decidía, Lucas se acercó a ella, la tomó por la cintura y le dijo algo al oído que la hizo carcajearse. Esa intimidad le molestó. Pero más le enfadó la mirada de ella, quien imitándole, levantó una de sus perfiladas cejas. La música, en ese momento, cambió, las luces se oscurecieron y el ritmo se relajó. Era momento de actuar. Sebastián le tomó de la mano mientras coqueteaba sin ningún tipo de pudor con Lucas y dijo alto y claro:
   
—Ven, vamos a bailar.
   
Al ver aquello, Lucas, que ya había tenido en alguna que otra ocasión un encontronazo con Sebastián, lo miró con gesto de enfado, y antes de que dijera nada, Sebas aclaró en tono autoritario.
   
—Danna y yo somos viejos conocidos.
   
Sin poder frenar el tirón que aquel le dio, saltó del taburete y dos segundos después estaba en medio de la pista, entre la gente, bailando una canción lenta. Carlos sorprendido por ver a su amigo en la pista con la rubia, miró hacia sus compañeros y se carcajeó. Estaba claro que si Sebastián se lo proponía le levantaba la tía a quien quisiera.
   
—¿De qué te ríes churri? —preguntó Laura.
   
Sin necesidad de decir nada señaló hacia la pista y Laura al ver a Sebastián en ella bailando con una rubia murmuró sorprendida:
   
—No me lo puedo creer. ¿E Isabela? —e instantáneamente miró a su amiga quien con gesto no muy divertido observaba la escena.
   
En la pista, Sebastián necesitó unos segundos para aclarar sus ideas. Todavía no había encajado que Danna Paola Rivera Munguía, la actriz de Hollywood y para más señas su exmujer, estuviera allí, cuando tenía que encajar que ahora estaba entré sus brazos y como una cuba. Finalmente, bajó su mirada hacia ella y preguntó en tono seco:
   
—¿Se puede saber qué haces aquí?
   
—Divertirme. ¡Oh Dios! los españoles sí que sabéis divertiros. Mucho más que los americanos y en especial los californianos —respondió saludando con la mano a Lucas que les observaba.
   
Incrédulo porque ella estuviera aún en Sigüenza acercó la boca a su oído.

¿Y a ti que te importa? - Dannastian ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora