18: De los besos Disney que salvan

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Están a oscuras, con la linterna de Agoney alumbrando el lugar donde deben poner las manos para entrar

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Están a oscuras, con la linterna de Agoney alumbrando el lugar donde deben poner las manos para entrar. De fondo se escucha a Aitana teclear a toda velocidad, en busca de una solución.

Raoul mira a su alrededor, pensando en la situación de fuera, no solo en el salón del casino, sino en toda la ciudad, a oscuras por lo que han provocado, y sabe que tiene que ser maduro.

—Chicos, tenemos que irnos —anuncia, haciendo que sus compañeros abran los ojos en su dirección.

Se le llenan los ojos de lágrimas, sintiéndose a cada segundo más impotente. La que está trabajando es Aitana, él solo lloriquea.

—Estoy buscando en el panel de control... ¿No os sabéis la contraseña numérica?

—Nunca nos la dijeron —contesta Alfred—. Se suponía que solo necesitábamos la huella de manos...

Vale, pues alguien sabía o al menos se esperaba que algo así ocurriera —masculla Aitana, trabajando a toda velocidad en ello—. Por eso lo han cambiado una vez se han asegurado de que las joyas estaban en su sitio.

—Por todo lo que acaba de decir Aitana, tenemos que marcharnos ahora. —Repite Raoul, aún lloroso, pero decidido—. No pienso poneros en peligro, y en cualquier momento van a ponerse a investigar qué ha pasado en Las Vegas y nos van a pillar, y jamás me lo perdonaría.

Agoney coge aire con fuerza, mirando hacia la cámara que los guardias ya no pueden ver.

—Aitana, ¿crees que puedes arreglar esto?

—¿Podría acaso sacar todos los secretos del Pentágono si quisiera? —Ante el silencio del grupo, bufa—. ¡Sí! ¡La respuesta es sí! Dadme un par de minutos, llorones.

—De acuerdo. —Asiente, con la vista fija en Raoul. Antes de hablar, le quita las lágrimas de las mejillas—. Dos minutos. Si en dos minutos no lo tiene, nos vamos los cuatro y ya averiguamos qué hacer con el tema de haber desaparecido en plena gala.

Raoul sabe que no puede negarse a esa mirada. Resopla, mirando a Nerea y Alfred de lado. Se encogen de hombros.

—Vale, dos minutos. Si Aitana no lo soluciona en dos minutos...

—Que sí, pesado, estoy en ello, no me molestéis más. Os corto aquí.

Raoul traga saliva, aún agobiado. Tiene las manos del moreno sobre las suyas, y las acaricia con un pulgar, tratando de calmarlo. Pero resulta imposible cuando tu corazón golpea con tanta fuerza su pecho que no es capaz de distinguir los demás sonidos que emiten sus amigos.

—No quiero que acabéis en la cárcel por conseguir dinero para mí —gimotea, apoyando la frente en el hombro de Agoney.

—Oye, no es por ser yo aquí muy aguafiestas, pero se supone que tenemos el dinero de las joyas en cuanto se lo demos a la mafia, ¿no? —Interviene Alfred—. Al principio, vale, estuvo gracioso lo de robar el interior de la cámara acorazada, pero visto lo visto... más vale pájaro en mano que ciento volando.

Lo que pasa en Las Vegas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora