20: De lo que duele

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Agoney se ha vuelto un autómata desde que bajó con su novio. Ha perdido todo el sueño que pudiera tener, y como su novio se siente en horario español, por el jet lag, deciden ir a desayunar antes de tiempo.

No deja de pensar en las palabras de Raoul, que se repiten en mil tonalidades distintas dentro de su cabeza. Y duele, pero con alivio. Porque perdonar esa mentira puede ser fácil, mucho más que lo que ya había perdonado.

En su cabeza todo cobra sentido, desde esa noche hasta la mañana. Llega a una conclusión que le gusta mucho más de lo que le gustaría admitir: Raoul nunca se sobrepasó con él, lo respetó, aunque luego se comportara como un capullo y le mintiera sobre lo que había ocurrido.

Puede estar enfadado con el shock, pero saberlo lo ha relajado por completo. Si quisiera —que no quiere, solo es una suposición—, sabe que estaría bien con Raoul, que lo respetaría en todos los aspectos.

Se muerde el labio para comerse una sonrisa boba, moviendo su café.

—¿Estás bien...? —Se atreve a preguntar el moreno, frunciendo el ceño. Agoney pestañea y le devuelve la mirada, cálida y preocupada—. Llevas como media hora dándole vueltas a la cucharilla, y ahora ya es café helado seguro.

—Es que... —vuelve a calvar los dientes en su labio inferior, sin saber exactamente qué decir. Es jodido— nada, estaba pensando en el viaje de vuelta.

Miguel se retuerce en su sitio. No se cree nada, pero también conoce a Ago tan bien que imagina que no tardará en ponerle nombre a esos pensamientos. Lo único que espera es que no haya nombres y apellidos que lamentar. Eso sí sería una mierda.

—Bua, yo tengo muchas ganas de que vuelvas a casa. —Ante la mención de la última palabra, el canario se estremece, acción que no pasa inadvertida para su novio—. Trabajar todo el día, pasar las noches viendo alguna peli, dándonos mimos o en la cama, sin más preliminares... —suspira, pendiente de las reacciones de Agoney. Lo ve algo ido—. Necesito un poco de normalidad.

Pone una mueca al mirarlo. Tiene que luchar con todas sus ganas para no empezar a soltar lágrimas por todo lo que se le pasa por la cabeza. Y eso es muchísimo.

Agoney ya no quiere normalidad, al menos ya no esa. Por muy tentador que suene, es demasiado perfecto, y a la vez aburrido, para él. Después de haber probado en sus propias carnes lo que es la adrenalina, no saber qué ocurrirá después, se le hará raro volver a una realidad en la que lo más emocionante que le pase sea recibir a las cinco de la mañana los suministros para el bar.

Suspira sin poder evitarlo. No quiere comparar, porque Miguel es perfecto en todos los sentidos, pero está seguro de que, con Raoul, hasta cuando el rubio deje por completo su profesión de ladrón, cada día será una aventura. El camarero lo hace sentir especial y lo llena de adrenalina incluso cuando no hay atracos de por medio. Cada suspiro compartido, con sus ojos encontrándose en medio de cualquier lugar, la forma de tontear con él y sacarle algún sonrojo, aun cuando se burlaba de su supuesto polvo... lo ha hecho sentir más único que en toda su vida.

Lo que pasa en Las Vegas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora