Treinta y dos

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Suspiro frustrada mientras cierro el chat, y omito el emoticón de fastidio

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Suspiro frustrada mientras cierro el chat, y omito el emoticón de fastidio. ¿Quién me manda a contestarle cuando sé perfectamente para qué me escribe? Arrojo el teléfono a la cama sin responder su último mensaje, y me ato los borsegos negros. Nuevamente, elegí ropa que compré en algún momento y nunca utilicé, como ese vestido corto color beige, de mangas largas y estampado con lunas y estrellas en tribales de colores. Ahora recuerdo por qué no lo uso: es tan ajustado que me siento un matambre navideño. Todavía no sé qué se me pasó por la cabeza cuando lo compré, pero lo probé con los borsegos negros que apenas tienen un par de usos y me gusta cómo me veo.

Básicamente, esta noche estoy estrenando ropa sin haber comprado una sola prenda.

Me maquillo un poco más de la cuenta, me aplico un ahumado negro en los párpados, y remato con un labial nude. Si bien el maquillaje es más cargado que lo normal en mí, me siento cómoda al ver el resultado final en el espejo. Vuelvo a tomar el teléfono de la cama para consultar la hora, nueve menos cuarto, y por suerte, Leroy no ha vuelto a escribir. Quizás se enojó porque puse a Manuel sobre lo nuestro...

O como quiera que se llame esta extraña relación que comenzamos.

Siento unos golpecitos en la ventana, de seguro Manny piensa que sigo con resaca. Vuelvo a arrojar el teléfono sobre la cama, abro la hoja de la ventana mientras corro la cortina.

—Creí que te habías dorm... —Manuel se frena, y su boca se abre al verme ya lista—. Ay, Dios... —suelta finalmente en susurro.

—Lo sé, es demasiado para salir a cenar, ¿no? —bufo mientras abro más la cortina.

—Estás más hermosa que ayer para el venezolano —suelta con una boba sonrisa.

—Elegí ropa que nunca uso, sé que te gusta verme hacer el ridículo con prendas que no son de mi edad.

—Ridículo es lo que decís, Lisa. Yo solo te empujo a que vivas como más te plazca, por algo compraste esa ropa, ¿no? Y si no la podés usar en tu día a día, para eso estoy yo —me guiña un ojo—. Voy por la billetera y las llaves del auto.

Manuel se aleja antes de que pueda acotar algo, por suerte, ya estoy lista. Pero cuando estoy por salir con mi cartera aburrida de siempre, recuerdo algo más tirado al fondo de mi ropero. Vuelvo sobre mis pasos y allí está, una pequeña mochila de cuero negro en la que solamente caben la billetera, llaves, y el celular. Y al tomarla, veo lo que hay debajo y miles de recuerdos me invaden. 

Pero no es el momento.

Me calzo la campera de Manuel, la mochila, y nuevamente me observo en el espejo. La última vez que me vestí así estaba el quinto año de la secundaria, pero lejos de sentirme ridícula, me siento fresca.

Es la primera vez que vuelvo a ver a esa Elizabeth feliz, la que murió con Tadeo.

—Nunca te había visto así... —la voz de Manuel me acelera las pulsaciones, aunque más lo hace el tono bajo que usa para hablar.

—¿Eso es bueno o es malo?

—Es la primera vez que no veo a la viuda sobria.

Manuel se posiciona detrás de mí, y lo observo por el reflejo del espejo. Me abraza por la cintura y apoya su mentón en mi hombro izquierdo, siento que el corazón se me va a salir del pecho, y ruego porque no lo note. Extrañamente, disfruto el contacto, y apoyo mi mano sobre las suyas entrelazadas en mi cintura.

—Estaba pensando lo mismo... —confieso—. Esto es culpa tuya, por eso quería que vengas a vivir conmigo.

—Lo sé. —Manuel deja un beso en mi mejilla y vuelve a apoyarse en mi hombro—. Igual, creo que no todo el crédito es mío. Te veo mejor desde que empezaste a andar con Leroy.

«Estábamos tan bien y tenías que mencionarlo.»

—Lo dudo... Pero no hablemos de él, ¿sí? —me desenredo de su abrazo—. Que ni siquiera sé si lo que hice anoche es lo más correcto. Cuanto menos piense en eso, menos sucia me voy a sentir.

—No te preocupes, ya con eso me dijiste todo el chisme. Me alegra que rehagas tu vida, Liz. ¿Vamos? Lo siento por tu nuevo novio, pero esta noche me toca a mí.

—Sí... Ya me escribió para salir, le dije que hoy no. Hoy es noche de amigos.

Abandonamos mi habitación, y cuando estoy a punto de cerrar mi casa, me detengo.

—Andá sacando el auto que me olvidé algo.

Manuel asiente con la cabeza y corro de vuelta hasta mi armario, me agacho hasta esa cajita de madera y la abro. El tabaco, los filtros, la máquina de liar... El recuerdo del vicio que me acompañó en mis primeros meses sin Tadeo, y que enterré cuando decidí que ya no podía seguir así. Saco la pequeña latita de chicles Ouch y veo que quedó detenida en el tiempo, todavía tiene algunos cigarrillos, lo suficiente como para un permitido de tabaco de liar por una noche. Guardo la latita en el único espacio que le queda a mi mochila y corro hasta el garaje.

No sé a dónde me lleve la noche, pero presiento que será una noche de reflexiones. Y por primera vez en años, voy a necesitar un cigarrillo.

 Y por primera vez en años, voy a necesitar un cigarrillo

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