Alessia y Mateo Bondoni-Marcos, 5 años de edad.
Acurrucada en el pecho de Joaquín, olfateando, buscando algo para poder succionar y comer, la recién nacida Zoé Bondoni-Marcos sollozó levemente al no encontrar nada.
—Oh, amor. La leche te la debo —Joaquím río por su propio comentario.
La pequeña llevaba apenas tres horas de nacida y el castaño no ha parado de hablar, cosa que es mala, ya que le iba a doler el doble al momento que tuviera que pararse para caminar. La pequeña nació con poco más de 3 kilos, era más grande que Ale cuando nació, tenía la cara más regordeta y las mejillas rosas por el esfuerzo que hacía para no llorar. Tenía bastante cabello, en un tono oscuro como sus ojos.
La puerta se abrió, dejando ver a un Emilio cargando a Mateo en sus brazos, el niño tenía la cabeza recostada en el hombro del mayor, y con el dedo pulgar dentro de la boca. Por detrás, Ale entró caminando con una sonrisa en el rostro.
—Los trajo mi mamá. Dijo que Mateo estaba muy asustado y no paraba de llorar. Ten, me lo dieron ahí afuera —Emilio le tendió un biberón con 2 onzas de leche.
Joaquín lo tomó, llevándolo directamente a la boca de la niña.
—¿Te quieres acercar? —preguntó el rizado mayor a su niño en brazos, éste negó— No te hará nada.
La niña ya se encontraba sentada a un lado de su papi, hablando con él sobre Zoé, le preguntaba si pesaba, si ya había dormido o si lloraba mucho, el ojimiel contestaba todo lo que su hija le cuestionaba.
—¿No va a llorar? —Mateo preguntó un poco asustado, no quería asustar a su hermanita y menos hacerla llorar, quería ser un buen hermano mayor.
—No, amor. A menos que hagas mucho ruido y se asuste. Pero tu no eres ruidoso —aseguró Emilio.
El mini Emilio bajó de los brazos de su padre y se acercó con cuidado por el lado contrario que Ale, aún con el dedo en su boca.
—Mateo, ese dedo —dijo Joaquím con dulzura. El niño retiro del dedo de su boca.—Acércate, mi amor.
—Cariño, no debes hablar y lo sabes —regañó Emilio. Joaquín hizo un pucherito ante lo dicho, el cual fue besado por su esposo.
Mateo acercó sus dedos a las manos hechas puños de su hermanita, sintiendo la suavidad extrema de ellas. La pequeña reaccionó al tacto y comenzó a tantear con movimientos robóticos.
—No te puede ver —informó el mayor—. Se siente insegura, sigue tocándola, se acostumbrará a tu tacto.
—¿No ve? ¿Es ciega? —Ale se alarmó.
—Si ve, pero cosas que estén cerca. Por ejemplo, a papi Joa si lo ve.
—¿Así ve mi mano? —el gemelo menor puso una mano cerca de la cara de la recién nacida. Emilio rió, negando la cabeza.
—Sí, así si.
Una enfermar algo vieja entró a la habitación con una cámara, interrumpiendo el momento familiar.
—Perdón, pero las madres de ustedes me rogaron que les tomara una foto a todos juntos.
(...)
Alessia y Mateo Bondoni-Marcos, 6 años de edad. Zoé Bondoni-Marcos 6 meses de edad.
Seis meses después, los gemelos ya tenían 6 años, y la pequeña Zoé ingería comidas un poco más sólidas. Tenía el cabello igual que Joaquín y Ale, y unos ojos tan perfectos como los de su papá Emilio.
—No, Zoé. Las niñas buenas se quedan quietas cuando las peinan —Mateo peinaba el cabello de la bebé y ella no se dejaba.
—Tranquilo, todavía es pequeña para entender.
Mateo se rindió y dejó el cepillo a un lado. Mejor seguía viendo la película.
La princesa y el sapo se hacía ver en la pantalla plana de la sala por milésima vez. Emilio y Ale no estaban, habían ido a las clases de fútbol de la castaña. Zoé comenzó a aplaudir con sus manitas cuando el cocodrilo, Louis, en la película empezó a tocar la trompeta.
—Mateo, amor, ven.
—¿Qué pasa? —se acercó a su padre, recostándose en su pecho.
—Nada. Sólo quería abrazarte.
—Hmmm.
Para Joaquín, su hijo era su favorito al momento de abrazar, era el único de sus hijos que se dejaba querer, Ale odiaba que lo abrazaran a menos que se sintiera triste o lastimada. Zoé quería estar en todos lados menos en los brazos de sus padres.
Para cuando dieron las 7 pm. Mateo y Zoé estaban acostados, durmiendo cada quien en su respectiva cama/cuna. Emiloo y Ale llegaron con un poco de pollo y verduras al vapor, hechas por el rizado en el restaurante. Joaquím bañó a su sudorosa hija y la alistó con su pijama para que pudiera bajar y cenar.
Dos horas después. Joaquín y Emilio se abrazaban, besaban y susurraban cosas al oído. Sólo tenían estos momentos para ellos, por el trabajo y los niños, pero no se quejaban, estaban bien con eso. Disfrutaban tener a sus tres hijos en casa, dos corriendo, gritando y una tratando de llevarles el paso a gatas. Se sentía bien compartir momentos con los tres demonios durmiendo a unos metros de ellos.
Joaquín no podía pedir más, estaba totalmente completo. Tenía más de lo que alguna vez quiso. Y aunque lo negará, siempre estaría más que agradecido con Emilio por ofrecerle ser el padre de sus hijos. Le debía mucho a su ahora esposo y aún no sabía como pagarle.
—Te amo —murmuró Joaquín sin pensarlo dos veces, porque en verdad lo sentía. Emilio dejó se besar sus clavículas, alanzado la mirada, viéndolo a los ojos, río bajito y murmuró:
—También te amo —besó sus labios una vez más.
—Gracias.
—Tranquilo, amor. Estamos a mano —negó con la cabeza, restregando sus narices en un movimiento tierno.
Con la ronca y suave voz de Emilio, cayó en sueño profundo, sonriendo. Agradecido por la vida, familia y amigos.
Fin

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❁ Babies for Joaco || Emiliaco
FanfictionJoaquín quería tener un bebé, y su mejor amigo Emilio le ofrece su ayuda, pero él no acepta. Contenido Homosexual Está historia es de universo alterno, en el cual el embarazo masculino es totalmente normal. 1# en emilioosorio (13-09-20)