Capítulo 37:

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ARLETTE:

Cuando abro los ojos, el resplandor de las luces a mi alrededor es cegador y los sonidos de disparos son más que evidentes. El Cadillac está de cabeza, atrapado de mi lado contra el suelo, así que lo primero que hago es desabrocharme el cinturón y sentarme contra lo que antes solía ser el techo. Lo segundo es enfocarme y asegurarme de que mis acompañantes estén bien. Escucho a Vicenzo gruñir mi nombre desde el asiento delantero, por lo que mi atención se concentra en Hether junto a mí y en su bebé.

─Arlette, ¿estás bien? ─repite mi esposo, sonando desesperado.

─Sí ─respondo, ahogándome con mi propio aire─. Estoy bien. Ayuda a Hether a salir. Necesitamos llevarla al hospital de inmediato. Deben salvar a su bebé.

Vicenzo, al igual que yo, se gira. Tiene un arma en la mano y me ofrece una, la cual tomo. Sabía que corría el riesgo de sufrir un atentado en cualquier momento, peor nunca pensé que los rusos se sacrificarían a sí mismos así.

─No sé si te has dado cuenta, pero nos están disparando.

Afirmo.

─Lo sé, pero Hether es la prioridad. Tenemos que llevarla a emergencias.

La sangre mana de una herida en el lateral de su cabeza y a pesar de estar inconsciente, abraza protectoramente su vientre. Todo el lateral izquierdo de su cuerpo, el que se llevó el golpe, está colmado de cortes y rojo. El grueso vidrio de las ventanas blindadas está roto. Íbamos camino al viejo complejo de Luciano, su hogar, para dar mi siguiente paso en venganza por el asesinato de Chiara. Ellos no podrían haberlo sabido porque quiénes me acompañaban en el Cadillac eran los únicos que tenían conocimiento sobre ello.

Este accidente, el que Hether y Luc también estuvieran aquí, fue solo casualidad. Me querían a mí. No a Hether, no Luca y no a mi esposo.

A mí.

El efecto de mis pastillas debe haberse desvanecido, puesto que la culpa se desliza sobre mí, pero no permito que me paralice. No ahora. Tras desabrocharle el cinturón a Hether e impedir que se mueva bruscamente al girarla para que deje de estar de cabeza con Vicenzo extendiendo una mano desde su puesto para sostenerla, me dirijo hacia él cuando se queda paralizado sin hacer nada cuando debería estarme ayudando a sacarla. Su otra mano está presionada contra el cuello de Luc.

Si Hether se ve mal, él se ve todavía peor.

A último momento Luc movió el auto de tal manera que fuera él quién recibiera la mayor parte del golpe, la parte delantera, no la trasera.

─¿Romano? ─pregunta Vicenzo, sin obtener respuesta.

Intenta despertarlo dándole un par de palmadas en el rostro, pero no funciona y se gira para mirarme, diciéndome sin palabras lo que ya sé.

Está muerto.

Mi guardaespaldas, mi hombre de confianza, está muerto.

Al instante en el que la certeza de ello me golpea, las lágrimas empiezan a deslizarse por mis mejillas y siento cada una de ellas. Luc no solo era el vivo ejemplo de que no importaba formar parte de la mafia siciliana, aún así podías ser un buen hombre, un buen amigo, esposo y padre. Fue el primero en serme leal y se quedó conmigo cuando no tenía razones para hacerlo. Entró en la Isla de Luciano, se puso en riesgo y lo dio todo por nuestra familia en más de una ocasión solo para ser asesinado de esta manera.

Como un simple daño colateral.

Merecía más.

Merecía llegar a la vejez y, al menos, ver a su hijo nacer.

Vólkov © (Mafia Cavalli III)Where stories live. Discover now