❝No le das la espalda a la familia. Incluso cuando ellos lo hacen.❞
Todo empezó en el Toretto's.
El supermercado en miniatura y café del corredor de coches más famoso de todo Los Ángeles.
Aunque, si somos exactos, esta enrevesada y divertida histori...
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El viernes había llegado rápido como un rayo, y una joven, sentada en el sofá de su casa ya preparada para lo que podría ocuparle el resto de la noche. Leía una y otra vez el mismo texto, no llegando a entender del todo lo que había escrito en él. Un poco más y le parecían jeroglíficos.
Jerrica no se dio cuenta de que la llamaban hasta que un cojín se estampó contra su cabeza. Levantó la vista no muy bien sabiendo que ocurría. Hasta que vio a su hermana junto a un rubio que podía quitarle el aire a la muchacha con una sola sonrisa.
Y entonces miró a su alrededor. ¿Cuándo se había hecho de noche?
Se levantó y sacudió su ropa, peinándose un poco con las manos y cerrando todos aquellos libros con apuntes en él.
— Hola Brian.— saludó guiñando un ojo, llevándose la misma amigable palabra por su parte.— Mia, déjame los libros arriba en la cómoda, seguiré luego cuando llegue.
Su hermana asintió a aquello y dejó que la pareja saliera por la puerta y deseó para sus adentros que aquello que ambos tenían saliera bien.
Brian miró a Jerrica, viéndola bajar las escaleras del porche para llegar hasta su Mitsubishi.— ¿Para que estudias? ¿Quieres ser enfermera o algo así?
Ella giró un poco la cabeza para mirarlo, contestándole.— ¿Porqué dices eso?
— Por los libros que habían en la mesa.
— Si,— suspiró, y casi al instante río.— pero si fuera un tío, automáticamente habrías asumido que habría sido un doctor, ¿no?
Y él le río de vuelta.— Sí. Básicamente soy tu mono sexista calculador de promedios.— bromeó haciéndola reír a ella.
— Pero hablando en serio, es mi hermano que quiere que sea la doctor. El no acaba de entender que tengo que entrar en la universidad, sacando todo sobresalientes o matrículas de honor. Y luego entrar directamente a la escuela de Medicina.— explicó, suspirando y respirando con fuerza mientras gesticulaba.— Y eso no me va.— concluyó.— Jerrica, ven a estudiar ahora.— dijo, ahora imitando la voz de Dominic.
Ambos jóvenes entraron al coche, dejando que el dueño llevara su coche.
— Por lo menos cree en tí.— habló moviendo suavemente su cabeza.
— Sí, sí...— renegó.— pero por lo menos podría evitar ser un grano en el culo veinticuatro horas al día, siete horas a la semana.
