Wonderwall

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Because maybe
You're gonna be the one that saves me

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Aceptar venir a esta reunión había sido sin duda una de las peores decisiones tomadas últimamente.

Honestamente, lo único que buscaba era que su prima Renata dejara de insistir día y noche con lo mismo.

Juliana no necesitaba de esto.

Ya no.

Cierto, hubo un tiempo en que escaparse de sus tíos, quienes la habían acogido después de todo lo ocurrido, para perderse en esta ciudad que tenía tantos lugares escondidos y usar el dinero que tenía para comprar alguna botella era cosa de todos los días, pero ¿Quién podía culparla?

Juliana había tenido que enfrentar todo aquello siendo prácticamente una niña.

A los papás de Renata no les tomó mucho tiempo darse cuenta de sus bajas calificaciones, su mal humor, sus salidas clandestinas, del dinero faltante, de su aliento alcohólico indicándoles en qué invertía esas sumas que desaparecían constantemente y de las numerosas cicatrices que le habían quedado en el alma con lo ocurrido.

Ellos no tardaron mucho en brindarle toda la ayuda necesaria para que Juliana intentara construir una vida nueva a pesar de las grietas que alojaba en su corazón. Y aunque no lo había creído posible en aquél entonces, con el pasar de los años y de la terapia, finalmente había logrado volver a sonreír, a creer en que seguir ahí tenía algún sentido, a pensar en el presente y soñar con un futuro... o por lo menos eso les había hecho creer.

Ahora bien, esa casi recaída sucedida un mes atrás había sido únicamente un instante de debilidad, un momento de flaqueza en la que los recuerdos de aquel día volvieron a su mente como una avalancha que amenazó de pronto con llevarse todo lo que había edificado hasta entonces.

Ese día sus pasos la guiaron de la nada a comprar un par de botellas de mezcal, llevándolas a casa más por inercia que por cualquier otra cosa. Después las colocó sobre la mesa de centro observándolas intensamente mientras se debatía en abrir una de ellas o no y Renata entró minutos más tarde encontrando esta escena frente a sus ojos.

Por supuesto que todo aquello se veía mal.

Pero Juliana no había hecho nada.

En serio.

Muy dentro de sí misma sabía que habría terminado por deshacerse del contenido de aquellos recipientes sin volver a probar una gota de ese líquido que por momentos volvía a despertar su curiosidad, pero desde hacía más de 10 años no le había ganado la batalla.

Su prima, sin embargo, no era alguien que dejara ir las cosas fácilmente, así que después de verter el mezcal en el lavabo, enjuagarlo para que no quedara restos de su olor, se había sentado a hablar con ella tratando de convencerla de asistir a uno de esos grupos de ayuda sólo como precaución y desde entonces no había día que no trajera esa misma sugerencia acompañada de cada vez más información, folletos, números de teléfono, páginas web o distintas cuentas en redes sociales. 

Ella no creía necesitarlas. Nunca lo hizo. Salir de aquel episodio fue obra total de la familia de Renata, del terapeuta y de ella misma. No requería de nada más, pero estaba muy cansada de escuchar a la otra mujer enumerándole todas las razones por las que aquello era una buena idea, así que había terminado por ceder.

Ahora estaba allí, sentada ocupando un sitio en aquella formación circular en la que un grupo de desconocidos tomaba turnos para hablar de sus días, de sus pensamientos, de sus sentimientos, algo en lo que Juliana se sentía terriblemente deficiente pues no le gustaba la vulnerabilidad que traía hablar de cosas personales. Mucho menos cuando era frente a personas con las que llevaba qué... ¿veinte minutos conviviendo?

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