Sabito está demasiado aburrido en clase de matemáticas y encuentra algo más agradable en lo que centrar sus pensamientos.
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Sabito sólo tenía una cosa en mente mientras la clase pasaba: La primaria era aburrida.
Había llegado a ese punto en que odiaba las matemáticas como había oído a tantas personas decir, en verdad eran lo peor.
¿Quién necesitaba restar? Restar era complicado y horrible, ¿por qué no podían conformarse con las sumas? Las sumas eran sencillas y lindas.
Ya le habían llamado la atención dos veces por hablar con el compañero que tenía al lado y comenzaba a hartarse de estar tan quieto en su asiento, moverse era algo que él necesitaba.
Estaba garabateando en su cuaderno, pintando toda su hoja del color gris de su lápiz mientras gastaba la mina de este continuamente y su mente divagaba en otras cosas, como cuántas ganas tenía de regresar a su casa y poder hacer lo que él quisiera como jugar y hacer cosas divertidas.
La escuela era un infierno, no le gustaba la primaria y todos decían que sólo se ponía peor y peor.
¿Qué podía hacer para distraerse? Piensa, piensa. Vamos, cerebro, haz tu trabajo una vez, ya que no puedes con las restas por lo menos ayuda a tu anfitrión a escapar del aburrimiento hasta que sea la hora de ir a casa.
Su mirada había divagado por casi todo el salón y por fin encontró algo en lo que centrarse.
No lo notó pero inmediatamente sus pupilas se dilataron un poco al verle.
Sabito vio a un compañero sentado a un par de mesas de distancia.
¿Era una niña o un niño? Sus rasgos eran más suaves que los de los otros niños, su rostro se veía más delicado que el de Sabito el cual siempre estaba cubierto de rasguños, su piel era súper pálida pero de alguna forma eso quedaba excelente, su cabello era largo hasta debajo de sus hombros y atado en una coleta baja, definitivamente no tan desordenado e indomable como el cabello del ojilila.
Sí, parecía ser niña, y una muy linda además.
Por alguna razón el niño se quedó perdido en esta, su apariencia era tan solo perfecta, aunque ni siquiera sabía por qué.
Entonces se fijaba en aquellos dos rasgos distintivos que robaban toda su atención. Ah, sí, ojos azules, cabello azabache.
Su cabello era extremadamente oscuro, negro azabache, contrastando con su piel pálida de porcelana y sus maravillosos ojos. Tan obscuro y profundo que lucía perfecto, seguramente siendo más suave y agradable que el de él mismo.
