CAPÍTULO 39

661 102 52
                                    

Cristina me encontró nada más ver a las chicas de la Nena salir del baño con los nudillos llenos de heridas. Al momento supuso lo que había pasado y me llevó rápidamente a enfermería. Allí me preguntaron quién me había dado esa brutal paliza, pero alegué que con el golpe en el ojo no pude verles bien la cara. Obvio sabía que la Nena había mandado a sus chicas darme esta lección, pero no pensaba coronarme como la chivata de la cárcel.

Me pasé tres noches ingresada en enfermería recuperándome de las contusiones en las costillas, no me rompieron ninguna de milagro. La cara se fue deshinchando conforme pasaban los días, pero los moratones me siguen acompañando aún hoy, dos semanas después.

El primer día que volví a la galería del módulo uno y entré al comedor, la risita de satisfacción de la Nena fue lo primero que oí, y aunque estaba rabiosa y con ganas de estamparle la bandeja en la cara, me contuve y pensé con frialdad. Meterme en una pelea física con ella es un suicidio, básicamente porque siempre va rodeada de las seis que me metieron la paliza, sus guardaespaldas, como las denomina Cristina. Si quería mi venganza, tenía que encontrarme con ella a solas, cosa imposible, como volvió a informarme la canija.

 —La acompañan incluso para cagar —me dijo.

Encima es una cobarde, pensé. No se ensucia las manos, manda a sus secuaces hacer el trabajo, y encima nunca va a sola a ningún lado para evitar que la ataquen. Ag, odio a las líderes así. Son líderes de la cobardía. Por eso debía pensar en un plan para darle su merecido.

Llevo días estudiando un plano de las celdas, las presas, del módulo uno y de la cárcel en general. Cristina me consiguió un lápiz de la clase de secundaria a la que asiste para sacarse al ESO y he podido dibujar todo ese plano en el suelo de la celda, junto a mi litera y la de Cristina. En esas estoy, en cuclillas y con las manos en la frente, como suelo ponerme cuando juego al ajedrez para fijar toda mi atención enteramente en el tablero y en nada más, cuando llegan Maite y Zuleika a incordiarme.

Después de la paliza que recibí, estas dos, que pertenecen a la banda de la Nena, están más insoportables conmigo si cabe, y ya empiezan a tocarme las narices demasiado.

 —¿Qué, mirando las baldosas del suelo, a ver si se limpian solas? —se burla Maite con la risa de Zuleika de fondo— ¿Sabes cómo se limpian bien las juntas de las baldosas? —Maite me atrapa la nuca con fuerza y me empuja la cabeza contra el suelo— Con la lengua sale toda la mierda.

Pongo las manos a tiempo de evitar que me estampe la cara contra el suelo, gruño al hacer fuerza para levantarme y hago un movimiento de escape que me enseñó Bertrán. Al menos ese estúpido alemán me enseñó cosas que me servirán aquí dentro. Maite es mucho más alta que yo, pero también más lenta, y esa es la ventaja que aprovecho. Esquivo rápido un puñetazo que pensaba lanzarme y atrapo su cuello con fuerza. La presión es tan fuerte que la empujo hacia atrás hasta hacerla chocar contra la pared de la celda.

Zuleika va a echarse encima de mí para defender a su amiga, pero entonces aprieto con más fuerza en la yugular, presionando su vena y cortando el flujo de sangre. Maite abre los ojos como si se le fueran a salir de las órbitas y pone una mano delante de su amiga para que se detenga.

 —Vamos a dejar algo claro aquí —digo arrastrando mi voz sonando más gutural—. No tenéis ni puta idea de quién soy yo, y esto es muy sencillo de entender; si me tocáis los cojones, os lo voy a tocar yo a vosotras, y no va a ser nada agradable —La cara de Maite se pone cada vez más roja por la asfixia, y Zuleika es incapaz de articular palabra—. ¿Sabéis que es la taipán del interior? Pues es una serpiente considerada la más peligrosa del mundo, esa hija de puta te muerde y te mata. Pues considerarme esa hija de puta; si os muerdo, la palmáis, así que os conviene dejarme tranquila. ¿Les ha quedado clara la explicación a vuestras estúpidas neuronas, o necesitan un ejemplo?

La AjedrecistaWhere stories live. Discover now