Helena está hasta el moño de hacer guardias de veinticuatro horas. Sí, sí, ya sabe que lo ha elegido voluntariamente. ¡Ella quería ser médico! Helena es celíaca y se ve en serios apuros para poder alimentarse en la cafetería del hospital (como si no existieran médicos celíacos). Una mañana, saliente de una guardia infernal, acude a desayunar a dicha cafetería y sorpresa: los contados panecillos sin gluten se han agotado. La fruta es de pago y no la incluye el menú del hospital. Y se ha olvidado la cartera en casa. Quién iba a decir que ahí iba a comenzar una historia de amor. De amor sin gluten.