A Abel le gusta Trinidad. Le gusta más que los viernes, más que la fiesta, más que visitar a sus hijos los fines de semana. Le gusta más que la cerveza y más que salir a buscar pelea cada vez que pierde el Cruz Azul. Entonces sí, a Abel le gusta Trinidad. Aunque quizá decir "gustar" es equivocado. Es más bien que Abel está obsesionado con Trinidad. Pero Trinidad no lo nota. Tan solo piensa en Abel como su vecino Alfa. Como el hombre que a veces lo acompaña a tomar la micro y que compra de manera insistente en la ferretería de su papá. Porque Abel está obsesionado con Trinidad y en nombre suyo es capaz de hacer hasta lo indecible.