Capítulo cinco

1.1K 91 26
                                    

Los aplausos se manifestaron de manera súbita en cuanto mi cuerpo quedó quieto, la música también cesó por unos minutos, mas, una vez las personas dejaron de chocar su manos entre sí, esta inició su curso nuevamente.

Me incliné una última vez a las personas que estaban en frente; el rey, la soberana y el príncipe, replicaron mi acto, de modo que sin pensarlo más, giré mis pies dejando que las bailarinas continuaran con el espectáculo. Sentí unos pasos pisándome los talones, detuve mi andar y me posicioné a un costado de la sala, ya que el centro era ocupado por las jóvenes. El dueño de las pisadas tras de mí, se detuvo. En cuanto mis ojos chocaron con los del ojimiel, sentí la humedad en mis manos, dando cuenta de mi timidez e intranquilidad, provocada por la cercanía del hombre junto a mí.

-Gracias -el príncipe habló quedo- sin embargo, prefiero la versión del jardín... sin tantas miradas sobre ti.

Bajé la vista recordando lo sucedido horas antes, sonreí ante la remembranza, subí mi cabeza y fui testigo de mi reflejo en sus pupilas, las que estaban de un diámetro considerable volviendo oscuros sus ojos.

-No fue nada príncipe, usted no merece menos, y la verdad lo mío no fue más que un detalle- ignoré por completo sus últimas palabras, aun cuando, eran las que habían quedado resonando como un taladro en mi mente.

-Escuché que era tu primera vez, y eso, eso lo convierte en algo más que un detalle, Meritamón- podía sentir su aliento gracias a lo próximo que estaba; aire caliente con olor a uvas chocaba contra mis mejillas afiebradas por el tumulto de gente, o quizá algo más.

-Pero por favor, llámame simplemente Moisés. Al final del día, los dos poseemos el mismo título- dijo juguetón, tirando de sus comisuras formando una sonrisa fiable.

Yo reí bajito, presionando mis labios entre sí intentando amortiguar la risa, recordando las palabras de Bintanat en la tarde. Asentí con la cabeza, en señal de estar de acuerdo con aquella conclusión, por lo de más me gustaba que él quisiera esa confianza entre ambos.

Todo estaba transcurriendo bien, no había dicho nada torpe y el príncipe se mostraba satisfecho y a gusto con la conversación, de vez en vez, callábamos para mirar a las mujeres bailando, sin embargo él se mantuvo en todo momento junto a mí. Hasta que me comencé a incomodar; a mis espaldas sentí como si unas dagas atravesaran mi cuerpo, cómo si alguien me estuviera observando.

Por un instante pensé que se trataba de mi madre o incluso de la primera esposa, pero cuando me giré para comprobar di con los ojos sulfurados del rey, chispeantes, mas no de alegría como solían estar cuando se posaban en mí.

El faraón nos observaba con enfado desde su trono, mantenía las manos apretadas en las reposeras de su sillón real, sus cejas se encontraban en el centro haciendo parecer sus ojos pequeños; a su lado Nefertari miraba tras de mí, a Moisés. Ramsés se levantó precipitadamente, rompiendo el contacto visual que manteníamos los cuatro. Murmuró algo en el odio de la reina y se abrió camino hasta nosotros, gracias a los dioses la atención de los invitados estaba puesta en otras direcciones. Cuando la distancia entre nosotros se volvía cada vez más efímera, sentí como la sangre descendía por mi cuerpo y como estaba cada vez más cerca del suelo, amenazando con desvanecerse.

-Discúlpanos Moisés, la princesa tiene un asunto pendiente con su padre- el faraón rodeo mi pequeño brazo con su mano varonil e imponente, ejerciendo fuerza, yo me retorcí bajo su tacto. El Dios rey estaba siendo algo agresivo conmigo.

Moisés se limitó a asentir con una sonrisa incómoda de labios sellados, por otro lado, mi progenitor mantenía una irónica en los suyos. Miré avergonzada al príncipe y luego alcé mi vista hasta el soberano, pero él en ningún momento concedió que nuestros iris se hallaran.

La Familia Real - Meritamón, Ramsés y NefertariWhere stories live. Discover now