Capítulo ocho

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Desperté gracias a la sensación de sequedad en la garganta. Me incorporé en la cama y tomé con cuidado la jarra de agua para servir una copa y beber. Bastó que mis labios estuvieran en contacto con el líquido para sentir alivio y para que las puertas se abrieran dejando ver a Karoma que, como todas las mañanas, venía para asegurar que me levantara.

Al verme ya despierta, una sonrisa se dibujó en su exótico, pero bello rostro. Dejé la copa a un lado y le devolví el gesto.

"Que bueno verla ya despierta, princesa", se aproximó hasta el tocador a dejar la peluca que la mañana anterior me había causado tanto conflicto. "Hay un lindo día fuera ¿Le parece un baño de leche? o ¿Un paseo por el Nilo? Antes del desayuno"

Corrí las tapas hacia atrás para ponerme en pie de una vez. Karoma esperaba expectante una respuesta, yo en cambio sólo podía pensar en los últimos acontecimientos, pero disipé los recuerdos rápidamente, pues sabía que debía levantar las menores sospechas.

"Creo que dejaré el paseo para más tarde, tal vez luego del medio día", caminé hasta sentarme en el tocador, mi dama me entregó el espejo de mano, como siempre. "Pero, de todas formas tomaré algo de sol en el jardín", sonreí en su dirección.

Dicho esto, Karoma comenzó a limpiar mi rostro con la ayuda de agua que se hallaba en una vasija. Retiró en totalidad mi maquillaje, luego esparció aceites aromáticos por mi piel y finalmente preparó nuevamente mis ojos con los productos de belleza.

"Ve y busca algo cómodo para el jardín, yo peinaré la peluca y así acabamos antes"

"Claro señora, ya vengo", se inclinó y fue hasta mi baúl.

El peine se deslizaba por las hebras de cabello cuando alguien llamó a la puerta. Extrañada miré en dirección a la entrada de mis aposentos, nadie llamaba tan temprano, menos a la habitación de una dama. Además era mucho más temprano que otras mañanas, por lo que era imposible que estuviera retrasada.

Nuevamente el toc, toc se hizo escuchar, así que me paré, aún en ropa de dormir y sólo con el maquillaje, para ver de quien se trataba. La sorpresa fue mayor cuando descubrí que la dueña de los golpes era la dama de la reina.

Radina esperaba atenta ser atendida.

"Princesa, buenos días", inclinó su cabeza. "Discúlpeme, no desearía molestarla pero sus padres la esperan en la sala del trono antes de que comience el desayuno real".

Sus facciones estaban relajadas pero la seriedad en su rostro era continua.

"¿Estás segura?", mi ceño se fruncía por la confusión. Radina asintió con la cabeza, sin exclamar nada.

"Esta bien. Muchas gracias por avisar, Radina. Iré de inmediato", mis comisuras se estiraron dando paso a una sonrisa amistosa.

"No hay porqué princesa, hasta pronto", una última inclinación y partió desapareciendo de mi campo de visión.

Cerré la puerta con lentitud extrema, las dudas embargaban mi cuerpo. Mis manos sin aviso comenzaron a hormiguear en señal de ansiedad y nerviosismo. Mis padres nunca solicitaban una reunión de ese estilo conmigo y aquello, después de todo lo vivido, me hacia pensar en una infinidad de negativas posibilidades.

Cuando me giré, Karoma se encontraba con el vestido entre sus manos y una expresión de aún más extrañeza que la mía. Rápidamente le expliqué y luego de meditarlo, concluimos que la elección del vestido debía ser otra. Con algo un poco más formal, pero menos cómodo, y la peluca de turquesas salí seguida de mi dama hacia la sala del trono.

"¿Y no tiene idea alguna de qué puede tratar todo esto?", Karoma estaba muy intrigada.

"No Karoma, ya te lo dije".

Mentía. Aunque no sabía con exactitud cuál era el motivo de los soberanos para solicitar mi presencia, sí que tenía muchas ideas y razones del porqué en mi cabeza.

Una vez hube llegado, los guardias sin mirarme abrieron las puertas de la sala concediéndome la entrada, como si hubiesen estado esperando por mí. Junto a mi dama, entramos en silencio y con paso titubeante pero continuo, al lugar.

Karoma guardaba la distancia de unos pasos entre ambas. Cuando sentí que ya estaba próxima, alcé mi vista y ahí estaban aquellos dos, esperando por mí. Incliné cuerpo y cabeza en señal de respeto y saludo. Deduje que mi dama había hecho lo propio.

Ellos devolvieron el saludo y mi padre en su respectivo sillón mantenía entre sus dedos una copa, de lo que probablemente era vino. Nefertari por su parte se limitaba a estar a su lado.

"Que bueno verte querida", mi madre mantenía una sonrisa pulcra y sencilla.

Ramsés, en cambio, estaba serio y en ningún momento había concedido un encuentro de nuestras miradas. No tenía recuerdos de que me hubiese ignorado de tal manera antes, y eso me ponía más alerta e incomoda, de lo que ya me encontraba gracias a la reunión.

"Gracias soberana, también me alegra verlos", intenté llamar la atención de mi padre recalcando la última frase.

Y de nuevo, nada, ninguna reacción. Su expresión era neutra y mantenía la atención en su copa.

Luego de un silencio incomodo y prolongado, fue mi madre quien lo rompió, no sin antes dar un largo suspiro. Al parecer yo no era la única tensa con aquella situación.

"Bueno Meritamón, con tu padre te hemos mandado a llamar porque tenemos noticias para ti", su sonrisa fue desapareciendo lentamente, pero en ningún momento el cariño abandonó su mirada.

"¿Noticias?", mi voz salió temblorosa, signo del pánico que se adueñaba de cada fibra de mí ahora mismo.

De alguna manera sabía que no podía ser nada bueno, menos con la actitud del rey.

"Sí hija mía. El faraón ha decidido que debes casarte cuanto antes"

Sólo bastaron esas palabras para que mi garganta se cerrara en un nudo y para que mis uñas se enterraran en mis palmas, intentando retener las lágrimas agolpadas en mis ojos. Mi mente se nubló, sólo veía rojo.

Mi vista dejó a la de Nefertari, busqué con desespero los oscuros iris de mi padre, con la esperanza de que desmintiera a la reina. Pero aunque los encontré, en ellos sólo había frialdad y algo más, algo que nunca había divisado en sus ojos, sin embargo no supe identificar qué.

"Vas a casarte con Moisés" la voz de mi padre resonó en mí y sus palabras se enterraron en mi corazón como la espada de Seth. Sin embargo, cuando habló, no cruzó mirada conmigo.

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La Familia Real - Meritamón, Ramsés y NefertariWhere stories live. Discover now