Día 7

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Día 7: Piedras preciosas

"Las piedras preciosas no son diferentes de las varitas. Cada mago tiene una piedra. Cada piedra sirve para un mago. En ellas se pueden guardar buenas intenciones o maleficios. Si le das la piedra apropiada, esa persona lo sentirá. Pero si te equivocas, también se dará cuenta"

Severus comprobó lo que creía saber en el libro de Materiales para la magia antigua sin varita. Las piedras preciosas fueron muy usadas en siglos pasados.

El cuarzo rutilado, el ópalo y el zafiro eran las piedras que aumentaban la energía, estimulaban la memoria y mejoraban la concentración. Eso concordaba con la nota que venía con el obsequio, un "te deseo lo mejor para tus exámenes del siguiente año".

En la pluma que le dio, justo por encima de donde la sostenía, las diminutas piedras oscuras con líneas amarillas, azules y azules con toques de otros colores, lo hacían lucir como un objeto elegante, no sólo para tomar apuntes. Las piedras incluso se alternaban en una línea que subía por el centro de la pluma blanca, manteniéndola quieta para que no cosquillease sobre la palma de Severus al escribir con ella. Sin embargo, resultaba ligera.

Severus cada vez estaba más seguro de que su suposición era la correcta. Cerró el libro, lo devolvió a su sitio, y después de echar otro vistazo a la pluma, decidió guardarla.

Escuchó unos pasos en el pasillo contiguo y una voz que contestaba a otra, ambas muy familiares. Aguardó un momento, antes de doblar en la esquina y acercarse.

Las únicas personas metidas en la biblioteca un sábado por la mañana en plenas vacaciones de invierno eran Severus Snape y Remus Lupin. Este último entró con Sirius, que prácticamente huyó por "exceso de aburrimiento" después de un instante, y ahora levitaba el libro que había tomado prestado de regreso a su posición en lo alto de un estante.

En la mano que no sostenía la varita, llevaba un reloj de bolsillo. La leontina era de níquel, mientras que el reloj mismo tenía un color púrpura vítreo que permitía ver un leve diseño hecho con magia en la tapa, y al mismo tiempo, adivinar la posición de los punteros en su interior, y que cada hora era adornada por una piedra miniatura.

Eso también ayudaba a la sospecha de Severus.

Carraspeó para llamar su atención y Remus se giró enseguida. Pareció sorprendido un momento. Luego lo saludó con un cabeceo.

En su opinión, Remus Lupin era el único que valía algo en ese grupo de idiotas que se hacían llamar Merodeadores. Pero eso sólo lo volvía más problemático. Durante seis años, Severus tenía la impresión de que, sin importar qué tan amable pretendiese ser Lupin, en un segundo habría aparecido Sirius Black detrás de él, listo para gruñirle, como un perro al que le están quitando su hueso favorito. Solía acabar mal para Severus, así que intentó apresurarse con lo que quería decir.

—¿Has estado recibiendo regalos todos los días desde el veintiuno de diciembre?

Remus observó el reloj en su mano y de nuevo a él. Esa expresión respondía por sí misma.

Pensó en la última vez que Lupin le habló, al final de una clase, y cómo a Sirius Black sólo le faltó saltar sobre Severus gritando "¡no le pongas tus manos encima!".

Por supuesto que un reloj como el que Lupin sostenía era un artículo de gran calidad; no se imaginaba a ese imbécil reuniendo el suficiente tacto para siquiera pensar en un reloj de bolsillo hecho de amatista. Pero si recibía ayuda…

Si esa ayuda sí tuviese el tacto para sugerir algo semejante.

Si esa ayuda conocía la misma tradición de cortejo que Sirius Black.

Habría sido demasiada coincidencia que dos personas recibiesen regalos como esos, en el mismo lugar, con las mismas temáticas.

¿Y a quién le dejaría sugerirle cualquier cosa el orgulloso, vanidoso, terco Sirius Black?

No era James Potter, eso estaba claro. Bastaba con ver la manera estúpida en que pretendía llamar la atención de Lily para saber que sus dos neuronas no eran capaces de ponerse en funcionamiento para nada más que el Quidditch, meterse en problemas, e intercambiar respuestas con Sirius durante los exámenes.

No era Peter Pettigrew. No hacía falta explicar los motivos del descarte.

—¿El primero fue de papel?

Remus asintió, despacio.

—Y el segundo de madera, y el tercero…

—Aromático —continuó Lupin, asintiendo de nuevo.

—Y luego vino uno de protección.

—Sí.

—¿Y algo comestible?

—Sí.

Severus vio el reloj en su mano de nuevo y se repitió que era demasiada casualidad.

—¿Tampoco sabes quién es? —indagó Remus, suavizando su tono al notar la expresión que ponía, fuese cual fuese.

—Tengo una idea.

—Yo también —admitió el Gryffindor—, y si  me estás hablando de esto, es posible que ambas personas que envían los regalos estén conectadas…

Aparentemente, podían llegar a la misma conclusión sin esfuerzo.

Sí, Remus Lupin era el único que valía algo entre los Merodeadores.

CortejoWhere stories live. Discover now