capítulo 36

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El cajón no se cierra del todo porque la pequeña madera sobre la que estaban apoyados el móvil y la agenda, se levanta, chocando con la parte superior.

«¿Doble fondo? ¿De verdad, papá?»

Cierro los ojos y cojo aire antes de levantar la madera, sabiendo que puedo encontrarme con muchas cosas que no quiero descubrir, y que el dicho de "la curiosidad mató al gato" puede hacerse más real que nunca.

Cuando abro los ojos y veo lo que mi padre esconde tan bien, necesito apoyarme en la mesa, aunque eso haga que parte de los papeles que tan bien había ordenado encima de su mesa se caigan al suelo. Las cuatro bolsas de pastillas que encontré y por las que mi padre echó a Dani de casa, están perfectamente colocadas en ese doble fondo, descansando al lado de una pistola. Empiezo a respirar con dificultad. Me sudan las manos y no consigo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas. ¿Esto significa que mi padre es el propietario de esta puta mierda? Por un segundo siento que no conozco al hombre que me crío hasta hace unos años, que es un completo desconocido. ¿Desde cuando está mi padre metido en estos negocios? ¿Trabaja Dani para él y por eso se odian tanto? ¿Nos abandonó por esto?

La cabeza va a explotarme en cualquier momento con tantas preguntas. Decido no tocar absolutamente nada y vuelvo a colocar la madera en su sitio. Se me ocurre hacerle una foto a los números de teléfono, ni si quiera sé para qué.

Recojo deprisa las hojas que se han caído e intento dejarlas exactamente como estaban. Su ordenador pita, indicándome que tiene una notificación nueva, a parte de las que ya tenía. No me siento preparada para descubrir nada más ahora mismo, así que decido salir prácticamente corriendo de esta habitación.

Entro en la cocina y me preparo una tila. Me tiembla el pulso y la cuchara se me cae un par de veces antes de conseguir meterla dentro de la taza. Me siento en la isleta mirando a ningún lugar mientras la tila se enfría. Algo en mi interior me dice que quizá mi padre solo tiene esas pastillas ahí para deshacerse de ellas, pero ni yo misma soy tan ingenua como para creerme eso. Si quisiera deshacerse de ellas, no las tendría tan bien escondidas.

Media hora más tarde, la tila sigue en el mismo sitio, completamente fría ya. Casi no he sido capaz de moverme y empieza a dolerme la cabeza. Mi madre me ha llamado y he tenido que utilizar toda mi fuerza de voluntad para que no notase que su hija está teniendo un ataque de pánico al descubrir que su padre es, posiblemente, un capo de la mafia de drogas. 

Y sí, he visto muchísimas películas sobre ello. Y Narcos.

Cuando la puerta de la entrada interrumpe mi silencio, doy un brinco, asustada. Y cuando mi padre entra por la puerta de la cocina, siento como se me hiela la sangre. No hemos estado solos prácticamente desde que me pegó aquella bofetada, y después de lo que acabo de ver, lo que menos me apetece es tener una conversación con él o respirar su mismo aire.

—Hola cielo, no sabía que estabas en casa ya —miro disimuladamente el reloj, suspirando con alivio porque en teoría, las clases terminaron hace unos diez minutos.

—He salido un poco antes porque no me encontraba demasiado bien —mi padre asiente mirando su móvil. Como si hablase con una pared.

—¿Qué tal las clases?

Tengo que hacer mucha fuerza con la mandíbula para que esta no me arrastre por los suelos. Después de todo lo que ha pasado estos días, ¿de verdad eso es lo único que va a preguntarme?

—Todo fenomenal —añado con sarcasmo —. ¿Y la editorial?

Es la primera vez que le pregunto a mi padre por su trabajo, y puedo ver la sorpresa reflejada en su rostro. Sé que para él es lo más importante de su vida, y supongo que le alegra pensar que me intereso por su negocio de mierda. Ojalá leyese entre líneas que me importa tres cominos como le vaya su jodida editorial.

Hasta que llegaste túWhere stories live. Discover now