♕ | 𝓽𝓱𝓲𝓻𝓽𝔂 - 𝓸𝓷𝓮

279 32 11
                                    


Que llueva en Galicia no es nada sorprendente, ni siquiera en pleno junio. Raro será el día en el que esa pequeña parte de la península no caiga ni una gota de agua en alguna época del año.

Aloia Ubeira se encuentra sentada en la mesa de su gran comedor, observando al ventanal desde el cual se ve la catedral. La voz suave de Natalia Lacunza inunda sus oídos cantando llueve. La castaña deja que sus dedos fluyan sobre el teclado del ordenador escribiendo todo lo que está sucediendo. Una especie de memoria, cómo una guía para él, por si algo sale mal. Aloia Ubeira es completamente consciente, en su soledad, de que se está enfrentando al peor monstruo existente.

El sonido del ascensor la hace parar la música, el ruido cuando se abren las puertas le eriza la piel. Es capaz de escuchar los pasos hasta llegar a su puerta. Se mantiene con los dedos estáticos, guardando lo más rápido posible el documento. No llaman al timbre, pero sí que se acercan a la puerta. Por el silencio que hay en la casa, escucha cómo se desliza un papel por el pequeño hueco que deja la madera con el suelo.

Aloia Ubeira siente cómo deja de respirar. Camina despacio hasta llegar a la entrada y se pone de puntillas, abre la mirilla para ver la espalda de un hombre alejándose hacia el ascensor. La chica se agacha y levanta el sobre, no tiene remitente, para variar. Suspira mientras rasga el papel, la dureza de la correspondencia la hace fruncir el ceño.

Separa las solapas del sobre blanco, entre ellas asoma un papel blanco, Aloia introduce la mano y sostiene la especie de cartulina. Tira de ella hacia afuera, se queda mirando la marca de agua repetitiva en la parte de atrás. Fotografía Martínez. Aloia suspira dándole la vuelta y nota cómo su piel se eriza. Traga saliva observando el rostro de la mujer presente en la imagen. Pasa la lengua por su labio inferior mientras inspira profundamente. Tiembla ligeramente, pasa el dedo sobre el rostro del bebé y una lágrima cae en el papel. Frunce el ceño ligeramente, con nerviosismo.

Suspira, expulsa todo el aire que tiene en los pulmones cómo puede. Camina despacio hacia el salón, se sienta en el sillón con los pies descalzos en el sofá. Apoya la fotografía en uno de los cojines y rodea sus piernas, apoya la cabeza sobre las rodillas con la mirada puesta en el ventanal.

Las gotas corren por el cristal, el ruido que el agua hace al colisionar contra la ventana musicaliza de alguna manera la caída de las lágrimas. Aprieta los labios con la mirada fija, poco a poco le crece una presión en el pecho. Cierra los ojos, hace una mueca, traga saliva y apoya la mejilla sobre las rodillas.

Es cómo si una pequeña puerta roja que tenía cerrada se abriera de repente, todos los recuerdos aparecen de repente de manera abrumadora de forma borrosa, no hay nada nítido. El corazón le comienza a latir de manera acelerada, provoca un aumento en las inspiraciones. Una corriente recorre el cuerpo de Aloia Ubeira, la cual se levanta para ir hacia el cristal. Abre la ventana con rapidez para dejar que corra el aire, saca una mano, cómo si fuera a agarrar el aire.

El agua choca con la piel de Aloia, la humedad que produce al tocar la piel provoca que el aire se note más. Tiembla ligeramente al notar el frío en su extremidad, pasa la lengua por su labio inferior mientras aumenta el dolor de cabeza.

El teléfono vibra sobre la mesa de madera, la chica camina con pesar hacia allí sin cerrar la ventana. La posición de esta está tan bien orientada, que el agua no entra al interior. Observa el nombre de Ginés en la pantalla y responde a la llamada. Antes de hablar inspira profundamente y se limpia las lágrimas de las mejillas.

- Hola, ¿qué pasa? - ella, como siempre, tan práctica.

- He hablado con Camila - la forma en la que la llama no pasa desapercibida para Aloia-, también con Lisi - la castaña suspira, sintiendo la calma llegar a ella por alguna extraña razón-. ¿Por dónde quieres que empiece?

RaícesWhere stories live. Discover now