VII. Familia.

224 25 93
                                    

Shirakawa, prefectura de Gifu, Japón, un año después de la caída de Alruwh.

Enero golpeaba con su frío la universidad local de Shirakawa, ante la indiferencia de la mayor parte de sus estudiantes. Ahí, apoyada de su natural timidez y discreción, una jovencita de nuevo ingreso en medicina y cenicienta cabellera pasaba completamente desapercibida, apenas interactuando lo necesario con los otros alumnos y profesores en la modesta facultad.

Aunque no era necesariamente brillante, era una buena estudiante, disciplinada y responsable; su esmero era su mayor virtud, lo que la hizo del aprecio de los docentes en poco tiempo. A sus dieciocho, había vivido sola los últimos tres años, alejándose de aquel bello pueblo de los suburbios de Tokio llamado Tomoeda, donde uno de los más confusos y dolorosos episodios de su vida la convirtieron en una víctima del destino como tantas otras personas más, y aunque para ese momento ya había superado el recuerdo, había dejado una secuela apenas perceptible en su carácter: la imposibilidad de establecer vínculos profundos con las personas, en especial los hombres mayores, y una melancolía crónica que cada vez la acercaba más a una incipiente depresión. Quizás ella misma nunca lo notó, pero ese trauma seguía siendo un lastre, tirando de ella hacia abajo como un ancla, y que no le permitía crecer o siquiera manifestarlo.

Ella fue una niña cuya infancia se vio interrumpida y deformada. Tuvo suerte de que ninguno de los efectos de esa etapa de su vida dejara huellas físicas visibles, pero como solía suceder con las víctimas, tenía la impresión de que parte de ese abuso había sido su culpa, y se juró a sí misma facilitar la vida de cualquier niño, estuviera en esa situación o no. Por eso, luego de explorar las otras posibilidades, y haberse inclinado por la medicina, decidió que se especializaría en el cuidado de los niños. Buscaría volverse pediatra.

Con el paso del tiempo había logrado sublimar el resentimiento, el ansia de retribución por los años y la inocencia robada, aunque lo cierto era que vivían de alguna manera aún en su interior, pero por su carácter era imposible verlos, y ella misma creyó que dichas emociones se habían ahogado en el olvido, incapaces de resurgir o de cobrar factura en su vida nuevamente, pero estaban latentes aún en su ignorancia o deseos de no verlos. por eso mismo, se concentraría y buscaría la forma de mejorar el mundo para todos, un paciente a la vez.

En una se esas mañanas, por mera coincidencia Sakura pasaba cerca de la chica, llevando su bento hacia las mesitas de piedra de la escuela, lamentando que Hiroyuki tuviera clases a esa hora y haciéndola almorzar sola, y entonces vio unos caireles de color champaña muy particular, no pudiendo creer lo pequeño que le parecía el mundo.

Sakura, viendo a la joven completamente inmersa en un grueso libro, preguntó cautelosamente un "¿Akiho?" a sus espaldas. Su respuesta fue escuchar su propio nombre en los labios de la otra chica. Se dejaron llevar por la emoción del momento, abrazándose, y luego quedando tomadas de las manos, mientras se preguntaban todo lo que venía a sus cabezas. Supieron entonces que ambas estudiaban en el mismo campus, aunque en escuelas diferentes, y Shinomoto recibió con emoción la noticia de que Sakura era una mujer casada para ese momento, conmovida al saber que era su primer amor aquel que había finalmente triunfado, aunque con sus bemoles.

No teniendo mayor remedio dada la cercanía de las mujeres cuando finalmente se reunieron, los Sato relataron el extraño modo en que tuvieron que unir sus vidas y la forma como las llevaban para ese momento. Akiho también reconoció su legado, pero decidió ignorarlo, tratando de llevar una vida lo más alejada de ese camino, por lo cual, la elección de los Sato le pareció un bello ejemplo a seguir. No dudo ni por un segundo en manifestarles la felicidad que le transmitían al saber que podían vivir su amor finalmente lejos de todo y todos.

Desde ese momento, Sakura y Akiho se volvieron inseparables, tanto que la segunda constantemente se encontraba en casa del matrimonio. En un pacto sin palabras, la joven aspirante a médico hallaba en la pareja un alivio a los pesares propios de su autoimpuesta soledad, por el gran aprecio que sentía por Sakura y el enorme respeto que compartía con Hiroyuki.

Epopeya de los DragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora