12. Un rescate inesperado

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El grupo de enanos se alejó bajando por la ladera en lo que a Iriel le pareció una caminata lenta e interminable. No podía permitirse perder el control hasta que no los hubiera perdido completamente de vista. Se quedó allí de pie, apretando los puños y los dientes con rabia hasta que las siluetas de los enanos desaparecieron completamente en la lejanía. Lo último que vio desaparecer fue la espalda cubierta por el abrigo de pieles y la larga y ondulada melena de ese maldito enano arrogante y desalmado.

Se dejó caer de rodillas y dio un puñetazo contra el suelo. El golpe sobresaltó al hobbit que también se había quedado mirando hacia el infinito.

El cuerpo de Iriel temblaba, mezcla de la rabia y el dolor que la invadían en ese momento. Nunca pensó que podría sentirse tan enfadada y rota a la vez. Quería odiar a ese enano con todas sus fuerzas pero ni siquiera en ese momento de desamparo era capaz de hacerlo. A pesar de todo el daño que acababa de hacerle, seguía queriendo estar a su lado, como si su masoquista corazón quisiera seguir sufriendo los rechazos de aquel insensible enano una vez tras otra.

Recordó aquella noche en Rivendel en la que todo había sido tan distinto. En lugar de una calidez en el pecho, sintió un profundo pesar al rememorar cada detalle. Aquel ambiente de armonía y paz se tornaba ahora gris y desolador. Le pareció que la luna que brillaba aquella noche con todo su esplendor se reía de ella, advirtiéndole ya por aquel entonces que algo como eso iba a pasar tarde o temprano. En el fondo su mente lo sabía, pero ella había decidido ignorar los sabios consejos de su conciencia sucumbiendo al deseo de su traicionero corazón. Probar aquellos labios había sido el error más imperdonable de su vida porque ahora su corazón se empeñaba en obtener algo más, quería que el corazón del enano sintiera por ella al menos una pequeña parte de lo que sentía el suyo. Pero ese tipo de sentimientos no podían surgir de alguien como él, un obstinado enano preocupado únicamente por recuperar una fortaleza de las garras de un despiadado dragón. No había hueco para nada más en su corazón aparte del exilio, la desesperación, la soledad y la venganza. Y aun sabiendo todo eso ella había caído en aquel juego donde perder era la única opción que existía.

Ahora su corazón ya nunca iba a conseguir nada de Thorin, porque el enano ni siquiera había aceptado su compañía para completar la suicida misión que le había consumido por dentro durante tanto tiempo. Las lágrimas de la muchacha amenazaban con aflorar en sus ojos mostrándole al mundo sus verdaderos sentimientos. El dolor empezó a concentrarse más fuertemente en su pecho, aplastándolo, como si cada latido se convirtiera en un doloroso esfuerzo para aquel castigado corazón. Cuando la primera lágrima consiguió escapar y caer surcando su mejilla, una profunda y amarga voz salió de su garganta. Esta vez aquella dulce melodía se había transformado en un débil susurro cargado de dolor. Nunca antes se había sentido tan identificada con las palabras de una canción.

Sólo fuimos tú y yo
una coincidencia que el tiempo juntó.
Entre nosotros dos
no había destino de ninguna forma.

Se derrumbó por completo. Se cubrió la cara con los brazos y se agachó hasta chocar con el suelo. Las lágrimas cayeron humedeciendo el terreno.

Bilbo se colocó a su lado y la dejó desahogarse, pues creía que era la mejor forma de aliviar el dolor que su compañera sentía en aquel momento. Iriel perdió la noción del tiempo junto a su desgarrador llanto. Lloró hasta quedarse afónica, hasta que sus ojos consumieron todas las lágrimas que protegían, hasta que aquel malherido corazón decidió que ya era suficiente.

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Los enanos caminaban sin atreverse a pronunciar palabra. Un aura de tristeza los envolvía mientras se alejaban de los compañeros que habían dejado atrás.

Una identidad inesperada - HobbitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora