32. El rescate

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El sol se había ocultado ya varias veces en el horizonte desde que Iriel fue llevada a aquella lujosa mansión y se vio envuelta con los cuidados de las doncellas.

Siendo consciente a duras penas de lo que pasaba a su alrededor, de sus atormentados recuerdos y del dolor de sus heridas, la chica se sumió en un sueño profundo.

La longitud de aquel estado inconsciente estaba durando demasiado, pero no se debía al pésimo estado de su cuerpo, sino a un motivo mucho más importante: Iriel no quería despertar.

No había ningún rostro alegre que le diera la bienvenida en cuanto abriera los ojos al mundo, ningún motivo por el que continuar adelante, ningún sueño que cumplir, ninguna esperanza. Su futuro iba a ser oscuro y solitario, lleno de amargos recuerdos y sentimientos de culpa. Ya no tenía nada por lo que luchar.

Sin embargo, Smaug tenía diferentes planes para ella, por eso se paseaba cada día por su habitación, preguntando a los sirvientes acerca de los cambios en el estado de su prisionera. Al principio se resignó a la espera, pero en los últimos días estaba empezando a perder la paciencia y fueron precisamente las doncellas las que pagaron el precio.

En una de aquellas noches, en las que Iriel se encontraba a la deriva entre la vigilia y el estado inconsciente que perseguía, escuchó dialogar a las doncellas, compartiendo su preocupación por el inexistente despertar de la mujer a su cargo y del miedo que les producían los castigos del dragón si aquel estado se prolongaba demasiado.

Iriel sintió que su corazón la regañaba. Su decisión no la implicaba sólo a ella, sino que estaba afectando a personas inocentes. Comprendió que el dragón no la iba a dejar escapar así de su condena, así que decidió dejar de ser cobarde y afrontar la decisión que había tomado.

Aquella sería la última noche de aquella estrategia cobarde. Y, aunque sabía que aquello le pasaría factura, se permitió soñar con el enano, al menos por última vez.

El sol amaneció tímido aquel día. La chica sintió una pequeña brisa en sus mejillas. Alguien había dejado la ventana abierta. Recostada de medio lado hacia la cornisa, pestañeó un par de veces antes de abrir los ojos. La luz la cegó al principio, tras tantos días en penumbra. Se removió un poco entre las sábanas antes de despojarse de su abrigo. Entonces percibió una presencia a su espalda, sentada en el borde de la cama. No estaba sola.

- Al fin despiertas.

Una voz masculina que no conocía le recibió al despertar. Una voz humana. No contestó.

- Estábamos preocupados por tu estado. A pesar de que tus heridas habían mejorado, parecías muy lejos de este mundo, como si algo te estuviera robando las ganas de vivir.

Aquella frase sonó melancólica y hasta con un ápice de ternura y preocupación. Iriel decidió incorporarse.

Un joven de cabellos negros le sonreía, cubierto con elegantes vestimentas. Un acogedor despertar que se disipó de golpe cuando la chica se cruzó con su mirada y descubrió aquellos rasgados ojos ambarinos que le recordaban a una siniestra serpiente. Un escalofrío le recorrió la espalda y no pudo contener un grito ahogado emergiendo de su garganta. Su instinto le obligó a apartarse de él, tropezando con las sábanas, a punto estuvo de caer de la cama de no ser por la rápida intervención de Smaug, que le sujetó la muñeca.

Aquel contacto en su piel le hizo recuperar la cordura y apartó de un golpe la mano que la sujetaba. No quería que aquella bestia se atreviera a tocarla. Como consecuencia, Iriel resbaló por el borde de la cama, y cayó dándose un buen golpe en la espalda, cubierta por las sábanas que se habían enredado entre sus piernas. Bufó fastidiada, a lo que el dragón respondió con una sonora carcajada.

Una identidad inesperada - HobbitWhere stories live. Discover now