EL DESAFÍO

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Una montaña de papeles sobre el escritorio de ébano pulido del duque lo esperaban al amanecer, acumulándose desde hace al menos un mes. Tomar el título de duque de Cunnington implicaba más que lujos y prebendas, era un verdadero desafío: debía hacerse cargo de muchas parcelas descuidadas, hectáreas de tierras cultivables con su centenar de arrendatarios en pésimas condiciones, dos empréstitos en Londres y al parecer, era urgente averiguar qué había sucedido desde hace años con la producción de una extensa plantación de té en Ceilán, sin contar con el escaño vacante en la cámara de los lores. Todo ese papeleo acumulado lo desanimaba, además del caos y la dejación en que deberían ir las finanzas de la mansión Cunnington desde hace unos ocho años, desde cuando el antiguo duque siempre disoluto, optó por gastar sus últimos años en derrochar sus ganancias en el juego y en la bella vita de los casinos de Italia, Alemania y los balnearios de Marsella, literalmente hasta su último aliento. Henry resopló ante la perspectiva de enfrentarse sólo a esta masa desastrosa, pero lo haría con paciencia y valor, así como había logrado hacerse un puesto renombrado como capitán mercante. Le habría gustado que Frank le ayudara un poco con todo este ajetreo, pero había partido hacia Londres con el alba, a fin de ayudarle desde allí a lidiar con los abogados de sus acreedores. Henry no pensaba dejar que los viejos banqueros de su difunto padre lo siguieran ahogando en deudas como seguramente hacían con su antecesor. Tomaría lo que hubiera útil y lo aprovecharía para su propia empresa naviera. El resto de inútiles pertrechos con su engreída tradición aristocrática, podían irse al demonio. No le interesaba posar de dandy como su padre por el resto de su vida, ni rememorar su pedigrí en el club con idiotas de sangre azul, ni jugar al caballero atrapando insulsas palomas de mostrador en eventos sociales durante la temporada.

Henry estaba tan concentrado en ver cómo empezar con todo ese circo que no escuchó los pasos que se acercaban ligeros hacia él desde el costado del estudio, por un corredor anexo. Sofía tampoco notó a la persona que se encontraba allí al entornar la puerta hasta que fue muy tarde. Para disculparla hemos de decir que aun estaba echa un lío sobre cómo presentarse ante el nuevo duque, por lo que no había dormido muy bien. Ella solía tomar este camino todas las mañanas al amanecer, tras tomar de las cocinas algún pan recién horneado con un te caliente. Precisamente eso llevaba en su mano, una bandeja cargada de pan crujiente y te humeante, que tenía por costumbre consumir en la salita que daba a los aposentos ducales para atender a la duquesa. Gran error de táctica, gritó la alarma interna de Sofia despertándola de golpe. La joven apenas logró dar un traspies y esquivar por un suspiro a su nuevo patrón, aun cuando la bandeja decidió seguir el trayecto que le dictara la física en lugar de girarse como ella. Henry viéndose atacado por sorpresa, apenas logró esquivar la tetera hirviente, haciendo uso de unos excelentes reflejos desarrollados en abordajes en mar abierto, embestidas y huracanes, y tomó a vuelo de pájaro la cintura de su agresora antes que se estrellarán contra el pavimento lustroso y marmóreo.

En un segundo colisionaron torpemente dos cuerpos, luego el estrépito de la vajilla quebrándose contra el piso. Todo sucedió en lo que toma un parpadeo, así que hemos de contarlo en cámara lenta. Henry amortiguó con su torso y craneo la mayoría del golpe contra el suelo, llevándose así la peor parte. Su cabeza, de azabaches cabellos, dio contra el reluciente pavimento, evento que lo dejó algo atontado por unos largos segundos mientras mantenía sujeta firmemente a su presa. No logró por unos momentos comprender nada de lo sucedido. Solo quedó sumergido en un oleaje castaño con esencia de lavanda y hojas de pino, que resultó ser la mata de rizos de su improvisada atacante. Luego un espasmo en la nuca, eran sus terminales nerviosas que enviaban oleadas de dolor como respuesta del golpe de sus huesos contra el granito. En los siguiente segundos, mientras la agonía remitía, la sensación se veía reemplazada por una inquietante sensación, sus dedos detallaron la tibia forma que dibujaban su adversario bajo la fina muselina, y se erizó al constatar que unos senos cálidos se debatían con el aletear de un pájaro sobre su pecho. Esa contradictoria sensación lo llevó a abrir los ojos para que sus pupilas de acero se encontrasen a pocos centímetros con un par de espejuelos ambarinos contraídos por la sorpresa. La luminosidad de esa mirada, o bien diremos con certidumbre, el impacto de la luz en su cerebro trastornado, lo congelaron en sus movimientos al tiempo que Sofía exclamaba con tono alarmado.

- Por favor discúlpeme, dígame que se encuentra bien mi Lord.- Escuchó la voz de la joven suplicante, con un ligero nerviosismo que se trasmitía en su abrazo inconsciente, mientras ella intentaba con delicadeza liberarse y estudiar el daño hecho involuntariamente.

- Estoy bien-. Logró articular finalmente él, soltando su abrazo forzado al instante. Ella se separó del torso varonil como si prendiese fuego y se enderezó con rapidez.

-¿Usted...?- preguntó él, pero no terminó la frase. Henry comprendió por el ágil movimiento que la mujer no se había hecho daño, y finalmente con un suspiro profundo, se sentó en la fría loza. Mientras se frotaba la nuca, enfocó el rostro de su agresora en un intento de oxigenar su cerebro. Lo que reconoció recortado a la luz del ventanal le dibujó involuntariamente una sonrisa traviesa en el rostro.

-Señorita Hassel, supongo que tengo el gusto de conocerla finalmente. ¿Esta es una exótica manera de presentarse, no le parece?- Sabía que esa no era manera de tratar con una damisela en camisa de dormir, pero quería divertirse acosta de importunarla un poco; después de todo, aun le dolían las costillas.

-Duque, mi Lord. Yo no tenía la intensión de presentarme así ante usted, yo... - Sofía tartamudeaba ante la insólita situación ruborizada de pies a cabeza. Logró musitar un ligero- Discúlpeme por favor- y levantó su chal del piso, suprimiendo el deseo de salir huyendo de allí. Avergonzada, miraba al suelo y se arrebujó en el tejido con gesto de desamparo entonces, ante el silencio del noble, intentó recoger el estropicio de la bandeja sobre el parqué. Henry, quien gozaba aprovecharse de su bochorno, la observaba fijamente. Sin embargo, al ver que ella tomaba con sus manos desnudas los fragmentos dispersos de la cerámica estropeada para recogerla en la bandeja metálica, la detuvo tomándola de las manos y alzándola del suelo con un gesto sencillo, pero determinado.

- No se moleste en ello, Señorita Hassel. Lo mejor será que se retire por el momento. Ya llamaré a una mucama para que se haga cargo de esto.- Le dijo en un tono que él creyó neutro, aunque tenía un deje que no admitía replica.

La doncella amedrentada ya por su propia torpeza, lo miró con ojos que centelleaban en ámbar y salió arrebolada del estudio con un murmullo inteligible que le sonó como un - como lo siento-.

Henry se quedó mirándola desaparecer tras el pasillo. Después se inclinó y recogió del mármol el pan abandonado a su suerte y le dio un mordisco con aire circunspecto. En su seno aún guardaba la tibieza del horno, que le recordó con un cosquilleo en los dedos otras tibieza parecida. Se trazó un amago de sonrisa en su rostro de nuevo y suspiró con picardía hacia el pasillo desierto. Él pensaba que tendría una mañana abrumadora, sorpresivamente había encontrado una inesperada contendiente.

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