Capítulo 07

274 36 2
                                    

Una hora después, Serena miraba por la ventana, intentando ver en la oscuridad. El viento soplaba como un fantasma a través del alero y la lluvia golpeaba el cristal como si fuera granizo. Las gotas se escurrían como brillantes e irregulares riachuelos, como pequeños cuchillos plateados.

No parecía que la tormenta fuera a terminar pronto y solo pedía, que también retrasara al magistrado que les perseguía, ya que no tenía ningún deseo de regresar a Drumloch. Al menos, no todavía.

No era probable que el magistrado consiguiera encontrar su rastro por el bosque. La lluvia habría borrado sus huellas, además, Darien se había dirigido más hacia el Sur y el magistrado esperaría que se dirigieran seguramente hacia el Norte. Les llevaría más tiempo de esta forma llegar a Kinloch, pero era más seguro.

Cerró la cortina y miró la cama justo en el momento en el que Darien estaba acostándose. Desnudo.

Miró hacia la chimenea, donde su tartán estaba extendido sobre la silla para que se secara. Ya le había dado la camisa a Abigail hacía un rato en el pasillo. Había dejado la puerta de la habitación abierta para que ella no se perdiera el espectáculo de verlo quitársela por la cabeza.

Abigail había abierto unos ojos como platos y Serena estaba segura de que los suyos estaban igual cuando se enfrentó con todos esos preciosos y ondeantes músculos.

Pero nada de eso importaba ya, se dijo a sí misma, quitándose la imagen de la cabeza. Lo que de verdad importaba era cómo iba a manejar su ansiedad durante el tiempo que durara la tormenta mientras un corpulento y poderoso Highlander se acostaba en la cama que debía ser para ella.

Él se tapó hasta la cintura suspirando perezoso y se puso un brazo bajo la cabeza.

Serena vio la cuchillada en las costillas. Ya estaba cubierta de sangre seca, pero no parecía molestarle.

—Qué maravilla —ronroneó él—, estar caliente y seco. ¿No estás de acuerdo, muchacha?

Él giró la cabeza en la almohada para mirarla directamente, esperando una respuesta.

Serena carraspeó.

—¿Hay algún problema? —preguntó con un brillo de satisfacción en sus ojos, como si supiera exactamente qué problema había y se divirtiera con ello.

Una ola de excitación recorrió su traicionero cuerpo.

—Sí —respondió altanera—. Sólo hay una cama y, si fuera un caballero, me la dejaría.

Él miró con indiferencia al techo.

—Primero, yo no soy esa clase de caballero. Soy de un tipo diferente. Y si crees que voy a intentar seducirte... —se detuvo—. Ach, maldita sea Beryl. Quítate el vestido, ponlo a secar y métete en la cama.

Ella alzó la barbilla

—No, ni sueñe que me voy a meter en esa cama con usted.

Él se incorporó apoyándose en un codo y la miró. Ya no había ni rastro de diversión en sus ojos y fruncía el ceño. Claramente estaban en un punto muerto.

Serena miró sus faldas mojadas sabiendo que él tenía razón pero no había fuerza en la tierra que la obligara a desnudarse delante de él y acostarse con él bajo las mantas. ¡Estaba desnudo!

Se acercó al fuego y se dejó caer en la silla. Se pasaría toda la noche así si tuviera que hacerlo, si él insistía en comportarse como un bruto.

Un salvaje, eso era.

—¿A qué esperas? —preguntó él poniéndose boca abajo y apoyando la barbilla en una mano.

Seducida por élWhere stories live. Discover now