Capítulo 24

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—Parece como que estuvieras a punto de cambiar de opinión —dijo Serena, con una voz casi inaudible.

—Sí. Estoy pensando en ello.

Estaba perturbado por la intensidad de sus sentimientos, no sólo su deseo, sino también, su adoración y afecto, y el total abandono de su cautela de tan larga data cuando se trataba de intimidad de cualquier tipo. ¿Qué le había hecho?

Ella fue hacia él.

—No te dejaré. He esperado todo el día y la noche por ti, y quiero esto.

—¿Siempre consigues lo que quieres? Porque yo, no.

Dejó caer su chal en el respaldo de un sillón, y subió las manos para quitarle el broche del hombro.

—Bueno, te prometo que esta noche lo conseguirás. Por lo menos una parte.

Dejó el pesado broche en la mesa, y con manos gráciles, le deslizó el tartán por el brazo, mientras él mantenía sus ojos fijos en los suyos, y le vinieron a la mente una docena de razones de por qué no debería permitir que esto continuara. Sin embargo, al final, levantó los brazos para que le pudiera sacar la camisa, y cuando la tiró al sillón, encima de su chal, disfrutó con el calor de su mirada sensual.

Desabrochando poco a poco el cinturón y la vaina, lo miró con ojos juguetones, excitándolo más aun, y dejó todo en la mesa, y le desenvolvió su kilt.

—¿Ves, ahora? —le dijo con una sonrisa engañadora—. Te he quitado todas tus armas. No podrás pelear conmigo.

—No deseo hacerlo. Todo lo que quiero es amarte.

Subió su mirada, y por un momento, quedaron en silencio. Ella dejó caer su tartán al suelo. Se quedó muy quieto, desnudo ante el calor del fuego, mientras el bombeo de su sangre a través de sus venas incitaba sus emociones, y aplastaba cualquier deseo previo de irse. Deseaba a esta mujer con una furia demasiado poderosa para resistirla. No había un punto de retorno ahora. La belleza de esta mujer lo empujaba a seguir, y la tomó en sus brazos. Tomándola en brazos la llevó a la cama, besándola con una pasión que bordeaba en la violencia. La depositó en el colchón suave, y se paró a su lado y con manos hambrientas y entusiastas la acarició, gozando el hecho de poder tocarla con tanta libertad a través del delgado camisón.

Deslizó sus palmas por sus deliciosos pechos, frotando sus pezones con sus pulgares. Enseguida, bajó de sus esbeltas caderas, a sus muslos, donde tomó el lino blanco y empezó a subir el camisón sobre las rodillas.

—Esta noche te daré placer, y te haré gritar de éxtasis.

—Mientras también yo te dé placer a ti —ronroneó, retorciéndose profusamente en la cama.

—Ah, lo harás.

Levantó las caderas y se sentó, para que le pudiera sacar el camisón por encima de la cabeza; luego él se arrastró para yacer al lado de su cuerpo dulce y voluptuoso. Su erección estaba dura y enorme, y pulsaba contra su cadera. Pero esta noche resistiría la necesidad de hundirse en ella. Disfrutaría de su cuerpo de otras maneras. No perdería el control.

Apoyándose en un codo, le pasó un dedo por su delicada mandíbula, luego lo bajó por el lado del cuello. Con un tacto como de pluma, hizo pequeños círculos alrededor de sus pezones, sin tocar nunca las puntas endurecidas.

Ella soltó un grito apagado de deseo. Él levantó la vista y le sonrió. Luego deletreó su nombre con una ligera y suave rúbrica a través de su vientre.

—Esta noche, me perteneces.

—Todas las noches te pertenezco —le susurró—. He sido tuya desde el instante que te conocí.

Seducida por élWhere stories live. Discover now