Capítulo 08

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Tras engullir casi toda la comida que había en la bandeja y usar el excusado por última vez, Serena dejó la habitación y salió de la posada por la puerta de atrás. Entró en el establo puntualmente.

—Te tomaste tu tiempo —dijo Darien mientras ajustaba las cinchas bajo el vientre del caballo.

—Dijo un cuarto de hora. He sido puntual.

—Ya. Ven aquí.

Él se inclinó y cogió un abrigo de lana que estaba pulcramente doblado en un taburete. Con un movimiento de muñeca, lo desdobló.

—¿Dónde lo ha conseguido? —preguntó Serena.

—De Abigail. No está a la moda, me dijo, pero su madre estaba dispuesta a desprenderse de él, lo que me beneficia.

—¿Ella se lo dio? ¡Qué amable! —Serena se preguntó lo que Darien le habría dado a cambio.

Quizá él se había quitado su camisa durante y se habían tirado al suelo con las piernas al aire.

—No fue caridad —replicó él—. Su madre ha hecho un buen trato. Date la vuelta. Te ayudaré a ponértelo.

Se lo puso sobre los hombros, sacándole fuera el pelo, luego la giró y abotonó el abrigo bajo su barbilla. La lana, aunque remendada en algunos sitios, era suave y gruesa y tenía una gran capucha que mantendría su cabeza caliente y seca en los días venideros.

—Gracias —dijo ella—. Es sorprendentemente amable.

—Entonces, ¿ahora soy amable? —él la miró con escepticismo frunciendo el ceño, luego giró hacia el caballo—. Monta. Su nombre es Theodore.

Serena montó sobre el precioso castaño castrado. Las alforjas sobre su lomo estaban a rebosar de provisiones.

—¿De dónde ha sacado el dinero para todo esto? —preguntó mientras tomaba las riendas—. ¿No habrá vendido mis joyas?

Él montó con facilidad a Goliath.

—No, tengo mi propio dinero, no necesito el tuyo.

—¿Es rico?

Él la miró de tal manera que ella supo que se habían acabado las preguntas, luego espoleó a su montura.

Ella, también hincó los talones, encantada de tener su propio caballo, así se evitaría tener que cabalgar con su grande y robusto cuerpo frotándose contra ella cada minuto del día.

A media mañana, la niebla se levantó. Una fresca brisa de otoño ondeaba por el bosque, llevándose la limpia esencia de las hojas empapadas del suelo.

Darien cabalgaba a cierta distancia tras Beryl, mirando esos largos tirabuzones de cabello rubio. Se preguntaba, no sin preocupación, que pasaría si ella no llegaba nunca a recordar la clase de persona que era. ¿Qué pasaría entonces con la maldición? ¿Cómo podría seguir viviendo? Iba a estar solo el resto de su vida ya que, si se permitía enamorarse de una mujer, estaría condenado a revivir el dolor de la muerte de su esposa.

No lo soportaría otra vez.

De repente, sintió la necesidad de llegar a Kinloch cuanto antes. Necesitaba saber la verdad sobre esta mujer. ¿Estaba tomándole por loco, pretendiendo que no sabía que era una bruja? ¿O estaría de verdad perdida y necesitada de ayuda?

De cualquier forma, no pasaría más tiempo a solas con ella del estrictamente necesario, ya había sembrado demasiado el caos en su mente. Le recordaba lo que no podía tener y eso, era una tortura, especialmente porque ella era su enemigo. No tenía sentido sentirse atraído por ella.

Seducida por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora