Capítulo 23

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"A la mierda", fueron las primeras palabras de Ana a la mañana siguiente.

Un persistente malestar le había robado el sueño, de esos que se apoderan de ella a altas horas de la madrugada, cuando las inquietudes adquieren una potencia sobrenatural. A Ana le pareció que se encontraba en un precipicio, que podía llevar a la felicidad pero que, sin embargo, requería una caída.

Levantó las piernas de la cama y se dirigió al baño, duchándose y vistiéndose a un ritmo que le permitiera distraerse de la ansiedad. Pero ésta seguía ahí. Le hizo cosquillas en la barriga cuando se miró en el espejo: una mujer llamativa de mediana edad, con el pelo gris peinado, ojos claros y una mirada que podría marchitar a un vikingo. Se atusó los puños de su gabardina color miel y buscó en el bolsillo interior sus gafas de lectura preferidas de color granate.

La aprensión seguía royendo mientras Ana se abría paso por la plaza y se agudizó un poco más cuando se asomó al hotel. No aflojó cuando preguntó por Juliette Bonhomme en la recepción y no llamó a la puerta cuando levantó la mano hacia la puerta de su suite.

La puerta se abrió antes de que tuviera la oportunidad de luchar contra la ansiedad y Juliette se presentó ante ella.

"Te he oído acercarte". Juliette sonrió. "Ese es el problema de este precioso y antiguo hotel. Cada pisada las tablas del suelo las hacen sonar".

Ana se quedó mirando. Esperaba que Juliette estuviera inmaculada cuando invitó a Ana a subir al teléfono de la recepción, con su maquillaje oscuro y una camisa impecable. Pero su rostro estaba desnudo y sólo llevaba una corta bata blanca.

"Lo siento", tropezó Ana, incómoda ante el estado de desnudez de Juliette. "No tengo tu número. Habría llamado antes".

"No importa. Entra". Juliette hizo un gesto hacia la suave luz del dormitorio de la boutique.

Estaban frente a frente, al lado del marco de la cama de roble, con las sábanas aún sin hacer. Era inapropiado estar aquí.

"Pensé que estarías levantada", dijo Ana. "Había olvidado... no olvidado, pasado por alto que no eras madrugadora".

"La verdad es que ahora prefiero las mañanas, pero esta vez me he permitido descansar".

"Vale". Dijo Ana, sin saber dónde mirar. "Santi y Selene tenían una cita y fueron a ver a una amiga. Me di cuenta de que podrías estar sola todo el día".

"Lo estoy", dijo Juliette, sin soltar su mirada ni apartarse de su íntima proximidad.

"Estoy repartiendo folletos", tartamudeó Ana. "Me preguntaba si te gustaría venir a repartirlos. Quiero decir, ¿te gustaría tener compañía? Un paseo por la ciudad. Conmigo. ¿Te gustaría pasar un rato conmigo?".

"¿Te estoy incomodando?" Juliette sonrió, su presencia semidesnuda era imposible de ignorar.

Ana se quedó mirando el suelo, y tal vez las delgadas piernas y los pies descalzos de Juliette sobre la alfombra de lana afelpada.

"¿Te recuerdo cosas prohibidas? ¿Es demasiado recordar que una vez estuviste con una mujer?"

Ana la miró a los ojos. "No, nunca me he avergonzado. No es eso".

"¿Entonces qué?"

"No debería verte así".

"Me has visto desnuda mil veces. Puedes arreglártelas con un albornoz. Si estuviéramos en la playa, también podría agraciarte con mis estrías".

"Sólo porque estábamos...." Y Ana se tropezó con esto. Toda una vida enterrando el dolor le había llevado a un grado de negación. "Que hayamos sido amantes no me da un pase vitalicio para ver tu cuerpo".

Los LacunzaWhere stories live. Discover now