La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar

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Parte I


En el campamento nadie sabía qué hacer, después de una batalla cuya victoria definitivamente no nos perteneció.

Los heridos rogaban por ayuda, pero no teníamos suficientes hombres que pudieran tratarlos. Algunos morían antes de ser atendidos. Nuestro número no quería dejar de reducirse.

Además, todos los soldados estábamos pendientes del estado del Coronel Ziegler. Su desmayo había causado alboroto entre los soldados. Después de lo que había pasado con el capitán May, temíamos también perder al Coronel.

Sin hombres, con menos caballos porque algunos habían salido lastimados en la última batalla, y con comida y agua para muy poco tiempo, la llegada del apoyo del General Wieczorek era más que urgente.

No estaba seguro de sobrevivir un enfrentamiento más con el batallón tan débil y ese humano luchando del lado de los Ferig.


El Coronel Ziegler despertó al día siguiente, devolviéndonos a todos el aliento.

La noticia se esparció cual plaga por el campamento, motivando a algunos a sanar sus heridas y a otros a no perder la fuerza para seguir luchando.

No obstante, el Coronel no permitió que nadie más que el médico que lo había atendido entrara a su tienda. Al menos no hasta caída la noche de ese mismo día. Entonces, me llamó para que fuera con él. Ni siquiera tenía el valor de imaginar la reprimenda que me esperaba.

Al entrar a su tienda, encontré al Coronel recostado sobre el lugar donde dormía, cubierto hasta la mitad de su abdomen con una frazada. Tenía una venda alrededor de la parte izquierda de su torso, cubriendo su hombro totalmente; su rostro estaba pálido y lucía más débil que nunca. Él no me miró, pero supo cuando estuve cerca de él y me hizo sentarme a su lado, sobre el suelo.

—En una de las primeras batallas que peleé contra los Ferig —dijo con poca voz—, también salí herido y no pude moverme por dos días enteros. Recuerdo que el capitán May se encontraba conmigo; él me alimentaba y me recitaba palabras empalagosas para, según decía, hacerme mejorar más pronto. —Sonrió ligeramente—. En aquel momento creí que me cuidaba demasiado, pero justo ahora me vendría de maravilla que él estuviera aquí.

Respiró tan profundo como el dolor se lo permitió. Posó su mano derecha sobre el hombro contrario y el desasosiego invadió su rostro. Su tacto buscaba un brazo izquierdo que ya no se encontraba ahí.

—Estamos condenados, Dornstrauss. —Cerró los ojos, tratando de controlarse—. Debiste haber retirado a los hombres que quedaban libres e ido a Versta. Así, al menos podrían haber tenido un mejor lugar para esperar y ver a los Ferig salirse con la suya, en lugar de observar cómo esas bestias pasan sobre todos nosotros en este maldito campamento. —Respiró profundo nuevamente—. Espero que aprendas de tus estúpidos errores, Dornstrauss. Si no lo haces, sería mejor que volvieras a casa y te despidieras de la armadura de Valkar por el resto de tu vida; en el ejército no queremos soldados torpes que no saben cómo mejorar después de haber arruinado alguna cosa.

Sentí un vacío dentro de mí y se me revolvió el estómago. El Coronel no me dirigía la mirada.

—Reconozco mi equivocación y le ofrezco mis más sinceras disculpas, Señor. —Incliné mi cabeza en señal de respeto.

—Es lo mínimo que puedes hacer —replicó con severidad—. Aceptaré tus disculpas en tanto aprendas a controlarte y a mantener la compostura. No quiero que vuelvas a desobedecer mis órdenes por tenerle aprecio a mi vida. Si una batalla claramente está perdida, no tiene sentido insistir y luchar hasta la muerte como un...

DornstraussDonde viven las historias. Descúbrelo ahora